EL PRESIDENTE ESTÁ DESNUDO O LA MALA MAGIA POLÍTICA

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En su cuento Andersen, muestra lo difícil y casi imposible que les resulta a los cortesanos y súbditos decir que «el rey está desnudo». No es nada extraño, ya que comúnmente solemos ocultar la realidad. De buen tono, enmascaramos las relaciones que existen entre nuestras creencias y la política. Preferimos, en muchos casos, adornar ésta con bellos atuendos de proyectos racionales, programas prospectivos o un aparente cuerpo doctrinal; lo que pone de manifiesto que la política se dirige a individuos conscientes, pensantes y cargados de sensatez.

No obstante, el imaginario, la simbología, los efectos o golpes publicitarios retornan invariablemente. Al mismo tiempo que se buscan recursos en los valores tradicionales, que son del mismo tipo que lo anterior. Esto remarca, por otra parte, la importancia de las creencias en la estructuración de los vínculos sociales. Lo que es un elemento fundamental de la mitología política.

Lo que comienza como mística acabará como mera y aplastante política. Pues, al transcurrir el tiempo, las convicciones de grandes inspiraciones que estuvieron en el origen de cambios sociales llegan a institucionalizarse. Los entusiasmos se desvanecen en la rutina burocrática. Es decir, el espíritu de seriedad (político) regula y aniquila las sacudidas emocionales. El enamoramiento fundador termina en un conformismo rígido y mortífero.

Al observar las manifestaciones revoluciones nos damos cuenta que los burócratas terminan prevaleciendo sobre los profetas, se tragan. Los jefes carismáticos son desplazados por los gestores del poder. Es el modo caracteriza el hacer político práctico. Al cual se unen los mitos del progreso, del servicio y servidor público, del sujeto y del Estado providencial. En estos mitos se incuba la necesaria e imprescindible representación política.

La era de la revolución ha concluido, lo que queda es un sucedáneo. Ya que ha acabado el mecanismo  o sujeto de tal representación que fue su causa y su efecto. Lo político ya no es lo que hace poco fue, aunque hay muchos que están viviendo del difunto. Lo político padece de una transfiguración, un cambio de orden de los términos. Lo que comenzó como política y está acabando como mística, emparejada con una mala mitología.

En todo fuego artificial, que nos maravilla y nos deja boquiabiertos, anida al mismo tiempo un final; éste marca el fin de los festejos. Tenemos irremediablemente que volver a la realidad. A la desesperanza que nace de la política. A la imposición de cierta nostalgia que asegura, porque no está convencida de ello, que hay una renovación del debate político.

A quienes se han convertido en élites gobierneras les cuesta trabajo aceptar la clausura de la revolución. Y por eso siguen inspirándose en aquello que les sirve de fundamento para gobernar. Pero los fragmentos del discurso político son manifestaciones de una lengua pastosa, que no llega a entusiasmar; aunque el tema del retorno político forme parte de éste. Pues se creen a algo distinto de lo que en realidad son. Creen en ello con perseverancia, con decisión, y muchas veces con arrogancia.

Tal condición es el elemento más importante de quienes detentan el gobierno para decir y hacer, o deshacer. Pues muestra lo aislado que está de lo social. Ya qué no comprende las evoluciones que están en curso. De alguna manera, hay que tener sentido de la banalidad para acercarse a esto. A la calumnia del tiempo presente por ignorancia de la historia de cada día, de la que extraen los gobierneros su inspiración.

¿Qué dicen esas historias cotidianas? Que el juego ha cambiado. Que un nuevo orden se impone. Ha pasado el tiempo de la seducción emocional, y ha llegado el momento de una convicción lo más racional posible. Es esto de lo que se trata, de una menor teatralización. Para que a lo largo del tiempo pueda darse el retorno de la figura carismática, que favorezca la viscosidad y suscite el deseo de pegarse al otro. Que constituye la especificidad política de un presente inmediato en función de un cuerpo de doctrinas determinado, que buscan convencer y obtener la adhesión de un individuo racional. Que les conceda el voto. Lo que se ha llamado la esencia de lo político.

Se ha estado imponiendo empíricamente una transfiguración de lo político, y parece que no la perciben. No se trata del final de lo político, sino de una mutación. En la que se exigen más energías racionales que emocionales. La emergencia de mitos —tribus, clanes, comunidades— basados en sentimientos de pertenencias afectivas y emocionales está quedando atrás. Emergencias que favorecieron concentraciones histéricas de todo tipo. No se busca apelar al vientre o la panza, sino al cerebro. Esto explica el desplazamiento de la seducción hacia la convicción. De ahí el sentimiento difuso, porque la política real tal como la conocemos siempre nos ha hecho trampa. Ya que termina apelando al vientre.

Al igual que a los cortesanos y los súbditos les resultaba imposible decir que el rey está desnudo; del mismo modo a los devotos de lo político les resulta imposible reconocer el fin de un mundo en particular. Por ello los variados y timoratos comentarios que destacan la importancia de la política; que dan cabida a la fascinación por las bufonadas de ésta. Pues tal fascinación se debe al vodevil de lo político, que es propio de la merma de racionalidad. Obsolescencia política.

Rebosantes de gozo por haber vuelto propondrán, en adelante, un conformismo desolador, al igual de los que se van. Ningún cambio en un clima social que pertenece al orden de lo emocional. El despliegue de banderas y otros emblemas, solo es el uso de fanfarrias de la nostalgia, es lo que se pone de manifiesto. Siempre se habla mucho de algo cuando este algo ya no existe. Es el mecanismo del encantamiento, cuyo motor es el de las ilusiones perdidas.

Repetir machaconamente los lugares comunes sobre el retorno de tales ideales, equivale a no percibir los nuevos movimientos que pasan frente a nuestras narices. Se emplea una verborrea que no engaña a nadie; que no capta ninguna vitalidad social es algo que está a la vista. Lo que hace es adoptar trajes de circunstancias con una aparente apetencia por lo político, pero que sólo es adopción eventual.

Para qué nos engañamos, ya los fuegos artificiales se han terminado. El principio de la realidad dada va a recobrar su derecho. Por una parte, la bulimia política; por la otra, la desesperanza, se van a imponer. Y entre éstas,  las emociones colectivas, la importancia de los afectos, el juego de las apariencias, las manifestaciones histéricas, el sentimiento de pertenencia, cosas que apelan a un ideal nacional. Junto a lo racional anida lo emocional del hacer social. Por ello, será necesario encontrar palabras que sean lo más acordes posible con semejante asunto, que puedan convertirse en palabras fundadoras de algo reconociendo que el mundo es el resultado de nuestras representaciones; producto del alma colectiva e individual. Que nos haga posible decir que «el rey está desnudo».

«PARANORMAN» Y LA RESOLUCIÓN DE CONFLICTOS: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

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Norman Babcock Prenderghast y Neil Downe son dos personajes interesantes. En primer lugar, porque ambos son unos freaks sociales. Y no tienen ningún problema en reconocerse como tales y aceptar esa condición. Incluso Neil Downe llega a decir que el acoso social es parte de la «ley natural de vivir», y en esto tiene mucha de razón. Aunque en el intercambio social nosotros cuestionamos el acoso, lo practicamos con nuestras diversas actitudes hacia los demás sin darnos cuenta. Ya que como dice Kazantzakis, en Zorba, “es una bestia feroz el joven, la juventud es inhumana y cerrada a toda comprensión”.

            Lo que entienden ambos personajes, es que por tener intereses diferente al resto de sus coetáneos se ven sometidos al acoso. Mucho más de sus compañeros de escuela o de muchachos de su misma edad. No obstante, esto no les impide seguir haciendo lo que hacen o ser como son. Es importante destacar esto, porque muchas personas que se ven sometidas al acoso social quieren mimetizarse con el resto, para de esta forma ser aceptados. O abandonan lo que hacen o son para no seguir padeciendo el acoso, o en muchas casos la indiferencia del resto de las personas.

            Nuestra vida social, e incluso familiar, está conformada por esa no aceptación de lo que somos o hacemos. Y no son solo los otros. Nosotros también actuamos como acosadores sociales, al no aceptar a otros o ignorarlos. Recordemos que ignorar al otro es una forma de acoso, ya que mostramos una actitud de rechazo, de desagrado para con esa persona. Esto es muy común, y no nos percatamos de ello. Es como dice Neil Downe es un hecho natural. Esto nos permite configurar nuestro entorno laboral, social, familiar…

            Por tanto, siempre somos víctimas y victimarios.  No estoy avalando el acoso en su forma más agresiva, esto es otro asunto, porque tiene implicaciones éticas y morales. Me refiero a esa diferencia que marcamos para con los otros. Y que nosotros pensamos que no es acoso. No podemos estar abiertos a todo del mundo, quien diga esto debe tener un complejo de santo, y debe ser revisado. Nosotros hacemos distinciones para con las personas, es un asunto natural y social.

            Lo que sí es importante destacar es la entereza que muestran Norman Babcock Prenderghast y Neil Downe al aceptar, sin ningún empacho, su situación de freak social. Esto los hace sujetos de su condición y de sus circunstancias. Son lo que son. Y así se presentan ante el mundo con el cual conviven.

            El segundo aspecto interesante de ambos personajes, es la disposición a asumir la resolución del conflicto en los han metidos. Particularmente Norman Babcock Prenderghast, a quien su tío, el loco Prenderghast, ha encomendado la custodia de la tumba de Agatha Prenderghast. Asunto que es motivo de una leyenda en el pueblo.

            Norman no sabe exactamente cuál es el asunto de aquella condena por brujería, que es motivo de historia local. Mucho menos lo que tiene que hacer para que la condenada no salga de su tumba. En esto hay una confusión generalizada; ya que todo el pueblo piensa que aquellos que condenaron a Agatha Prenderghast son unos zombies, que se quieren comer a la gente. Acá se hace necesario tener la información correcta para conocer cuál es la situación real o lo que en verdad sucede; principio fundamental para la resolución de un conflicto.

             Los datos y hechos deben ser conocidos correctamente. La búsqueda de información es fundamental, de allí que los asustados muchachos se dirijan a la biblioteca, porque ellos no conocen cuáles fueron los hechos que desencadenaron lo que está sucediendo. Ya que la teoría de la toma de decisiones busca; por una parte, los criterios racionales; por otra, las motivaciones humanas en las diferentes situaciones, para llevar a cabo la toma de decisiones pertinentes.

            Por otra parte, para llevar adelante la resolución de conflictos es necesario escuchar las partes involucradas. Esto lo hace Norman Babcock Prenderghast. Por una parte, escucha a los jueces que juzgaron a Agatha Prenderghast y llega a conocer cuál es situación; por otra, se enfrenta a la víctima de aquellos jueces, quienes injustamente condenaron a la muerte a aquella niña.

La teoría de la toma de decisión, para la resolución de conflicto, concierne a la identificación de la mejor decisión que pueda ser tomada; la persona que tenga que tomar las decisiones debe poseer una información completa, ser capaz de calcular con precisión y con completa racionalidad. En ningún caso, la racionalidad excluye la emocionalidad, sino que la gobierna para la resolución del conflicto. Norman Babcock está asustado, la emoción del miedo lo embarga. No obstante, asume el conjunto de toma de decisiones para resolver el conflicto de manera racional.

En la conversación con Agatha Prenderghast, Norman Babcock le muestra a la niña que su posición es errada. Porque en el desconocimiento de sí misma, ella causa más dolor que satisfacción a su venganza, la cual se ha hecho ilimitada. En este sentido, expone los argumentos racionales y necesarios para que el conflicto, que lleva varios siglos, cese. No es fácil la posición de las partes enfrentadas. No obstante, la mediación de Norman hace posible el triunfo del gobierno de las emociones y el fin del conflicto.

 

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DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE HUMILDAD: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

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Ser humilde está de moda. Incluso es una exigencia, y uno no sabe por qué. Se nos exige ser humilde, sin saber en qué consiste la noción de humildad[1]. No obstante, seguimos exigiendo y loando tal condición como una razón fundamental en nuestro hacer cotidiano. Nicola Abbagnano[2] señala, en primera instancia, que la humildad es “la actitud de voluntaria abyección, típica de la religiosidad medieval, sugerida por la creencia en la naturaleza miserable y pecaminosa del hombre.”

Como vemos estamos ante una concepción religiosa medieval que considera que somos unos seres miserables y pecaminosos, por lo que debemos tener una actitud abyecta. De esta idea parte nuestra concepción de humildad. Abbagnano cita a Bernardo de Claraval, para quien la humildad “es la virtud por la cual el hombre, con verdadero reconocimiento de sí, se tiene a sí mismo por vil”. Como apreciamos, en esto consiste ser humilde, tenerse a uno mismo por un sujeto vil.

Por su parte, San Pablo entendió la humildad “como ausencia del espíritu de competencia y de vanagloria”, nos precisa Abbagnano. Tomas de Aquino, por su parte, equipara la humildad con la magnanimidad[3]. En este sentido, Aquino está más cerca de Aristóteles que de Bernardo de Claraval y de la concepción medieval. Ya que le da un carácter filosófico y no religioso a la noción de humildad.

Debemos señalar que la humildad no es una noción bien vista por los filósofos griegos, ya que consideraron a ésta como algo propio de la bajeza de nacimiento, como sumisión y algo falto de valor o de poco valor. En la Edad Moderna, Spinoza negó que la humildad fuese una virtud y la consideró una emoción pasiva, nos señala Abbagnano. Por cuanto ésta nace del hecho de que, expresa Spinoza, «el hombre considera su impotencia. Pues si suponemos que el hombre considera su impotencia por el hecho de que entiende algo más potente que él y con este conocimiento limita su potencia de obrar…» En la humildad el sujeto es impotente ante algo que es superior a él. De aquí que es un ser limitado.

Kant, nos dice Abbagnano, distinguió dos tipos de humildad. A saber, la «humildad moral» que es «el sentimiento de la pequeñez de nuestro valor en relación con la ley»; y la «humildad espuria» que es «la pretensión de adquirir, mediante la renuncia a cualquier valor moral de sí, un valor moral oculto». En la primera apreciamos nuestra pequeñez ante la ley; en la segunda la solicitud de querer tener un valor moral que no es en sí mismo. En ningún caso, en Kant hay un sentido o consideración religiosa con respecto a la humildad.

Por otra parte, el filósofo de Königsberg nos indica que “la pretensión en superar a los demás rebajándose a sí mismo es una ambición opuesta al deber hacia los demás y el servirse de este medio para obtener el favor de otros es hipocresía y adulación”. Se refiere a la «falsa humildad», de la cual muchas personas hacen uso para conseguir bienes a su conveniencia.

Nietzsche consideró que la humildad es un aspecto de la «moral de los esclavos». Esta concepción de la humildad, nos indica Abbagnano, está dirigida contra la concepción medieval. Como apreciamos, en sentido filosófico el humildad es un concepto poco venturoso. Y en el sentido religioso medieval nos considera como sujetos viles, nada apropiados para una sociedad de la «autoestima» y del éxito.

La concepción de humildad, como apreciamos, corresponde a una relación con un ser superior a nosotros. Ante el cual solo tenemos, por nuestra condición de inferioridad, que ser humildes. Entonces, ¿cómo podemos ser humildes con un igual? Esto es un problema que se plantea frente a aquellos que abogan por la humildad, como condición fundamental en las relaciones interpersonales. Ya que nos encontramos ante el hecho de tratar al otro o como un ser superior o tratarlo como un igual. Si lo tratamos como un igual no podemos ser humildes ante este otro sujeto, si lo tratamos como una entidad superior le estamos dando atributos que no le corresponden como sujeto.

Considero que aquellos que pregonan la humildad, lo que hacen es contraponer ésta con respecto a la actitud soberbia. En vez de decir no seas soberbio, dicen se humilde. En este sentido, habría que hablar de no ser soberbios en las relaciones interpersonales y no de ser humildes. Dice Aristóteles que “los soberbios son necios porque se engañan acerca de sí mismos: comienzan empresas honorables creyendo ser dignos de ellas, pero así sólo hacen resaltar su insuficiencia” «Ética a Nicómaco» IV, 3, 1125 a 27.

La soberbia es el vicio de la magnanimidad, es decir, de la grandeza de ánimo o espíritu. Spinoza señala, en «Ethica» III, 26, que “la soberbia es… una alegría nacida del hecho de que el hombre se estima a sí en más de lo justo». Al estimarnos más de la cuenta despreciamos al otro en tanto sujeto. Por tanto, en lo que éste hace y piensa. Lo consideramos un algo inferior a nosotros.  De allí lo intolerable de la actitud soberbia.

Debemos evitar la soberbia cuando establecemos nuestras relaciones en los diferentes ámbitos personales, ya que ésta es generadora de conflictos interpersonales. Esta actitud, además, nos impide ver las posibilidades generadoras que hay en los otros. Y nubla nuestras propias posibilidades, más adelante nos pasará factura en nuestra vida.

 

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[1] El término humildad viene del griego «ταπεινοφροσύνη» y del latín «humilitas».

[2] Nicola Abbagnano. Diccionario de Filosofía, México, Fondo de Cultura Económica, décima reimpresión, 1993, pp. 630-631.

[3] Acerca de este concepto he escrito “De la magnanimidad en nuestro pensar-hacer”. Ver: http://obeddelfin.blogspot.com/2015/05/de-la-magnanimidad-en-nuestro-pensar.html

LOS INDIGNADOS

Se han desgarrado las vestiduras de indignación porque han sacado de la Asamblea Nacional los retratos de EL Libertador y de Chávez Frías. Circo y más circo. Extraña indignación esta. Ya que a ningún ministro, ni alcalde, ni diputado ni al mismo Presidente de la República le ha indignado en dos años que los ciudadanos hagan seis horas de cola para comprar cuatro productos subsidiados.

No se produjo ninguna indignación cuando el gobernador del estado Bolívar convido a los ciudadanos a que comieran piedras; o cuando la Farías le pareció de maravilla las colas sabrosas como le gustan al presidente Maduro. Circo y más circo. Así pasaran unos días con esta indignación histórica, pero el presente sigue siendo el mismo. Esta montada la fiesta para distraerse esto primeros días del año, mientras los pactos de medianoche y canto de gallo se llevan adelante.

Un alcalde en una exaltación patriótica proclama que llenará las calles con imágenes de El Libertador y del difunto presidente. Seguro debe estar esperando cobrar la próxima quincena para pagar todos esos carteles y a quienes los colocaran. Esto recuerda la bufonería del siglo XIX, ya que el discurso se parece. Bailan el mismo vals la comparsa política. Uno pone la música, el otro el ritmo. Están muy acoplados unos y otros.

La indignación es selectiva unos cuadros sí, la gente no. Es fácil indignarse cuando eso les permite a los matarifes lucirse ante la prensa. Aparecer como los salvadores de la moral y la ética. A los otros aparecer como los rebeldes, los que quieren todos los cambios. Figura y fondo en la gestalt, pero siempre es el mismo sujeto.

Para la próxima semana ya tienen planificada la distracción. Será una negación, y allí comenzará nuevamente la función. La dialéctica del amo y el esclavo es un gran acierto. El gobierno, que se desdibuja a su conveniencia, asumirá pocas responsabilidades. Pues la culpa será del otro. En lo coincidirán será en estar indignados en el más supremo orgullo nacional.