YO EL EMIGRANTE Y LA RUPTURA DE MI COTIDIANIDAD: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

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La emigración forzada, toda es a la fuerza, expone a cada persona a una ruptura con su cotidianidad, tanto la externa como la interna. Esta ruptura se esconde en la selfie con el grupo de amigos en el país de arribo, o en los nuevos paisajes urbanos… No obstante, la ruptura está allí de manera descosida, porque es la casa pérdida.

El sentimiento de esa ruptura lo sentimos como la melancolía, la nostalgia y más dramáticamente como depresión. Y esto, por una parte, porque se ha roto la estructura espacial de lo cotidiano, de nuestra cotidianidad, es decir, la casa, la calle; ese topos en el cual nos desenvolvíamos. Por otra, se ha fracturado la estructura cronológica de nuestra vida. Hemos perdido, de esta manera, nuestro sujeto de origen.

Hemos alterado más bruscamente de lo pensamos nuestro proyecto, y con ello lo hemos obstaculizado. Nos hemos salido de nuestro centro, de nuestro universo conocido. Donde el nuevo camino, por recorrer, no lleva a ninguna realidad más profunda.

Solo nos hemos expuesto de manera desnuda y precaria a la apariencia y a la inautenticidad, diría Heidegger, de nuestro vivir cotidiano. El cual hemos sustituido por otro. Hemos rasgado nuestro modo de ser en este padecer; en el cual reiteramos silenciosamente, para que el mundo no  nos oiga, la hondura de nuestro ser. Hemos extraviado nuestra estructura de sentido.

Nos hayamos, como inmigrantes, sin ninguna identidad. Nada que señalar, sin límites, sin territorio que nos describan. Insignificantes, por tratarse de una pena sin gloria. Lo cotidiano se ha disipado sin mostrarnos nada significante, lo que no nos permite conducir una experiencia común.

Lo cotidiano, nuestra cotidianidad que era, hasta hace poco, eso que comprendíamos de suyo, porque era nuestro existir diario desde el cual dábamos respuestas. Se ha convertido en lo extraño que esconde y no disimula nuestras profundidades. Por ello, nuestra vida se ha convertido en una planicie árida.

Nos encontramos en el medio del puente con la incomunicabilidad de nuestra conciencia. Un hecho dramático sin un subsuelo común, vedado, invisible a nuestra experiencia privada y pública. Donde no hay cronología ni topografía, ni modos cotidianos de decir ni de ser. Nuestra disponibilidad está puesta en el vacío.

En esa situación intentamos buscar, por lo menos, un punto provisorio de acceso, una brecha; como quien está allí desde siempre. Porque ahora no nos encontramos con eso que pasa todos los días; que sin darnos cuenta era nuestra cotidiana. Esa cotidianidad que nos constituía, que nos conformaba.

La calle por la que ahora voy y vengo no es nuestra, ni la casa ni el vecindario ni el cuarto, ni siquiera los recuerdos que allí están escritos. Todo es de otros. No pertenezco y tampoco me pertenezco en esta nueva situación. Todo ahora es nuevo y eso causa incertidumbre, cuando no angustia.

Sin cotidianidad todo pasa cuando algo pasa, pero sin saber qué es. ¿Qué pasa con esta mi vida que ahora no fluye? ¿Qué no se detiene en nada conocido? Que pérdida se arrastra a diario en esta invisibilidad en medio de cosas que no son ni familiares ni próximas.

Nada está a la mano, solo la ausencia. Lo cotidiano ha desaparecido, no hay referentes ni referencias. Lo que se ha instalado en medio de nuestra vida es la soledad, la oscuridad. ¿Qué ha pasado? No somos la calle, no somos la ciudad porque no pertenecemos a esa topografía que es cotidiana para otro.

Nos hundimos en un terreno no delimitado, no definido por nosotros. Nada nos es reconocible. No hay articulación entre nosotros y el mundo. Nada nos es accesible ni común. Vamos sin rumbo a nuestros asuntos, cerrados tal vez por un acto de defensa.

Esa otra cotidianidad no coincide con nuestra cotidianidad. Eso nos perturba. El tiempo no trae lo mismo, porque es otro tiempo y es otro espacio. Esa es la ruptura de nuestra vida, lo otro se ha instalado en nosotros. Y se hace insoportable porque extrañados estamos en la ruptura de nuestra cotidianidad, en la fractura de nuestro yo.

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