ES ESTO UN VENEZOLANO: UN SUJETO AMARGADO

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Pino Iturrieta señala, en «Venezuela metida en cintura», que el venezolano del siglo XX no tiene nada que ver con aquel del siglo XIX. Son dos tipos de venezolanos. El del siglo XX ha sido modelado por la estructura y relaciones de poder establecida por los andinos. Éstos lo han modelado.

Algo semejante podemos decir del venezolano del siglo XXI. El venezolano era dicharachero —verbo en pasado— se la pasaba todo el tiempo en una mamadera de gallo. Uno iba al mercado municipal y aquello era un relajo permanente, unos y otros se la pasaban chanceándose a gusto todo el día.

En la coyuntura que vive  en el venezolano desde el 2013 se ha vuelto un ser sin sonrisa. Un ser amargado. En los mercados actualmente, por ejemplo, se encuentra uno con individuos taciturnos, ensimismados en sus desgracias; sujetos extraviados en la realidad que los ahoga. Lo mismo podemos decir de lo que vemos en el Metro, en las plazas, en general en todos los ámbitos de la ciudad y el campo.

 En este inicio del siglo XXI se ha ido conformando otro venezolano. Unos sujetos que han tenido que huir por miedo al hambre, impulsados por la necesidad de sobrevivir en otros países, en la medida que éste desaparece como tal. El venezolano es un sujeto deprimido, que solo habla de las desgracias de él y de todos.

Si los andinos en el poder transformaron al venezolano del siglo XIX. El chavismo, esa cosa llamada socialismo, ha transformado al venezolano del siglo XX. Es palpable este cambio, a diario uno lo percibe. La gente lo escribe y habla de ello. Sabe, la gente, que el venezolano no es igual al de antes.

Lo que se han ido en estos últimos cinco años todavía están en la etapa de la depresión, lo que se han quedado parecen sonámbulos. La calle es un teatro de la no-vida. La ausencia del impulso vital ha ido muriendo. Todos los que permanecen en este estero infra-viviendo están perdiendo el tiempo.

Hay una desesperación contenida, reprimida. Unos ganas de salir corriendo para donde sea. La desesperanza reina en todos. Se hacen las cosas porque es necesario vivir y alguien tiene que echar el cuento más adelante. Es terreno para cualquier cosa, la resignación, la humillación, la conformidad; para la resistencia interna y la espera deber caer al enemigo.

Los contrastes del discurso político son cada día más aterrador. El rasero de la miseria humana es impuesto desde el alto gobierno. No hay condición humana. Y cada día uno se pregunta ¿es esto que vemos en la calle un hombre?

Estos que están en el poder han cerrado las puertas y puesto en marcha la infelicidad. Poco a poco la población se ha enterado con angustia que su destino es son las incomodidades, los golpes, el hambre, la sed. Una desesperación sin fondo. Donde el deseo de vivir es una resignación consciente.

Un camino lento para la vida, enervante para la angustia. Desde donde se ve desfilar la miseria, con el corazón puesto en la esperanza de la vuelta. Con la representación cruel de la sobrehumana alegría de volver por allí otra vez. Donde ninguno deseara huir convertido polvo humano.

El sufrimiento por el hambre como una pesadilla interminable donde la indiferencia reina. Parece una condena a caminar hacia la muerte sin dignidad. El desmembramiento de los sueños personales, familiares… A veces interrumpidos las frecuentes riñas fútiles de los políticos de marras. Que ha convertido a los ciudadanos en una masa humana confusa y continua, torpe y dolorosa.

La idea llevada a cabo parece ser que nos sintamos «del otro lado». En una marcha de extrema lentitud de una noche cerrada, en mitad de una nada oscura y silenciosa. Donde solo se ve la luz mísera, el rumor de lo deshumano, donde a diario se espera que suceda algo.

Así va pasando la vida uno juntos a los otros, donde la desgracia nos ha golpeado a la vez pero poco sabemos el uno del otro. Como si fuese una despedida de la vida sin vida. Sin embargo, nos quedamos cada uno en nuestro apartado rincón, sin atrevernos a levantar la mirada hacia los demás.

No tenemos donde mirarnos, solo tenemos delante una vaga imagen de nosotros, que es reflejo de miles de rostros lívidos, miserables y sórdidos. Ya estamos transformados en los fantasmas. Entonces nos damos cuenta, como dice Primo Levi, «de que nuestra lengua no tiene palabras para expresar esta ofensa», esta destrucción de los individuos.

Se nos muestra, a diario, que hemos llegado a un fondo al cual se puede llegar más bajo al día siguiente. Cada día es una condición humana más miserable. No tenemos nada nuestro: nos han quitado los sueños, las esperanzas, los deseos; si llegamos a hablar nadie nos escuchará, y si llegan a oír no nos atenderán.

Falta que nos quiten hasta el nombre. “Y si queremos conservarlo debemos encontrar en nosotros la fuerza de obrar de tal manera que, detrás del nombre, algo nuestro, algo de lo que hemos sido, permanezca” recomendaba Primo Levi.

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