—Esta es una nación fracasada. La gente tiene una actitud de perdedora.
Es un manojo de personas negativas guiadas por el espíritu de la contrariedad y por el ánimo de destruir los logros y la felicidad de los demás. No están dispuestas a reconocer ni exaltar los actos y los logros constructivos.
Desgraciadamente es una población agonizante. Sin un futuro.
Una nación huérfano y migrante.
Los asuntos ramplones que han terminado por ser la columna vertebral de nuestra vida ciudadana.
La rivalidad envidiosa y la agresividad destructiva nos acosan por todos lados.
Lo que resplandece es el fuego del odio.
Por el contrario, los Estados democráticos dependen de un hacer cívico, a la vez, sólido y preciso.
Lo bastante sólido como para que los ciudadanos tengamos un sentido. Y lo bastante preciso como para que pueda ser compartido por toda la población.
Estos chavecos han desarrollado una verborrea para concebirse a sí mismos como el orgullo de la emanación de una conciencia primordial. Solo palabrería pseudo-mística para identificarse con una voluntad general.
Usted lo ha visto y oído cuando se ponen a enardecer a los ciudadanos con la exultante voz de ¡Un solo pueblo! Eso sí, sin que nada funcione.
Los argumentos chavecos apelan a cualquier espíritu ancestral.
Cuando la realidad de toda nación actual es que la política se sustenta en la comunidad nacional existente. No en fantasmas inventados.
Mire, lo que une a los ciudadanos es el compromiso y no esa cháchara vacía.
Una nación se fundamente en sus instituciones, procedimientos y preceptos. No en el poder autoritario.
Una nación tiene que ser tolerante, pluralista, autocrítica y cosmopolita. No el conuco en que han convertido esto.
Donde lo que no están con ellos siempre se verán en desventaja ante los fervientes partidarios de la política mitológica.
No estamos obligados a aceptar este patrioterismo barato.
Cuando nos puede ir mejor al hacernos cargo de la realidad de nuestras diferencias. Y no éste rasero malsano que nos han impuesto.
—Qué le puedo decir yo.
Solo hay que mirar para cualquier lado para ver las contradicciones.
Un trabajador se muere enfermo de tanto comer carbohidratos malos y un parquero en cualquier avenida de la ciudad recibe dólares de propina.
Esto no hay quién lo entienda.
—No hace falta entenderlo, si lo estamos viviendo.
Es de muerte lenta.
Esa es la orden.
—Mientras tanto todo está machete.
Llegamos al libre mercado comunista. Al comunismo capitalista.
Donde impera el dólar bolivariano y patriota.
—Válgame esa.
El sálvese quien pueda que allí viene la bamba.
No hay pa’ mucho.
—La miseria con la soberbia se han juntado.
De ahí para adelante esto va sin freno.
—Bueno.
Le dijo: Por ahora, apriete.
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