AUTOEVALUACIÓN HONESTA O DESHONESTA

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Es necesario preguntarnos si hemos sido verdaderamente honestos en nuestra autoevaluación histórica como nación. Es importante porque a partir de la creación del culto a Bolívar tal vez hemos errado en nuestro hacer como país por no haber hecho una autoevaluación honesta, y por eso no hemos podido superar la crisis en que estamos sumidos desde la creación de la República.

Desde el siglo XIX creamos en torno al culto de Bolívar y los mitos nacionales nuestra conciencia e identidad nacional. Culto que nos muestra a un Bolívar inmaculado y perfecto, y así nos concebimos también como venezolanos en nuestras relaciones ciudadanas y en la política internacional. Tal culto magnificado, en el siglo XXI, por Chávez Frías ha creado una prepotencia en el imaginario de los actuales gobernantes teniendo éstos la certeza de la excepcionalidad histórica de Venezuela. Lo cual se traduce en la convicción general de que como país no tenemos nada que aprender de los demás; y aunque nos sentimos insatisfechos con nuestra situación nos negamos a aprender de las soluciones de otros países. Lo cual deviene en que políticos y ciudadanos que no se tomen en serio nuestros principales problemas; los gobernantes, por su parte, escurren su responsabilidad al echar la culpa a otros países de los problemas internos, en vez de asumir la responsabilidad de sus acciones. En esto hay una deformación histórica.

En nuestra historia de la Guerra de Independencia pocas veces asumimos la importancia que tuvieron los combatientes ingleses, irlandeses, escoses y otros europeos en los logros de la lucha y la victoria republicana. La participación sí se reconoce, la misma está reflejada en los monolitos de Los Próceres. Pero no que ellos hayan sido decisivos en la Guerra de Independencia, todo el peso de la victoria y la gloria patria recae sobre los próceres nacionales y nadie más, solo a ellos se deben cada una de las victorias logradas.

Nuestra historia patria, por otra parte, ensalza permanentemente la gesta heroica de nuestros próceres que independizaron otras naciones. Pero no nos hemos preguntado ¿Cuál fue la reacción de esas naciones ante la ocupación del ejército venezolano? El cual estuvo conformado en gran parte por los combatientes europeos venidos a América del Sur después de terminada la guerra contra Napoleón y contra el Reino de España. Siempre hemos asumidos que esos países estuvieron agradecidos por la intervención del ejército venezolano en el siglo XIX, incluso tal intervención dividió una nación para formar otra. Creemos y estamos convencidos que no hubo ningún tipo de conflicto con los venezolanos, aunque esto no parece ser la verdad.

Con respecto al rol del ejército venezolano, en siglo XIX, pensamos que no hubo ningún tipo de inherencia en las demás naciones, que solo fue una respuesta libertaria a la solicitud de esas otras naciones. Que nuestros próceres, en particular Bolívar, no se tomó atribuciones más allá de sus competencias reales; por ello no entendemos los roces con los próceres colombianos. A este respecto nos sentimos víctimas de las componendas urgidas contra Bolívar, más allá de que los colombianos sí pidieron ayuda para librar su guerra de independencia, lo más probable es que se extralimitaron las funciones de la ayuda, de allí el fracaso del proyecto de la Gran Colombia.

Esa  noción de agentes libertarios arraigada en la historia nacional parece que impulsa a los gobernantes venezolanos a asumir un rol de dirigentes internacionales en América del Sur y más allá, incluso minimizando su papel de presidentes nacionales. Tratan de reeditar las glorias libertadoras del siglo XIX. Por la falta de una autoevaluación honesta con respecto a la gesta independentista nuestro orgullo nacional ha sido falsamente exacerbado y hemos sido poco realistas.

Además, tenemos que sumar la abundante renta petrolera que en el siglo XX que le permitió a la nación tener una prepotencia con respecto a algunos países vecinos de la región. Renta que debe haber generado una mayor distorsión de nuestra propia visión y rol en la región como agentes libertarios. Los dos casos más relevantes son el de Carlos Andrés Pérez en su primer gobierno, y el de Chávez Frías. Ambos se erigieron como voceros de un proceso abarcador y libertario henchidos de ínfulas internacionales.

Por la falta de una autoevaluación honesta posiblemente nos hemos engañado a nosotros mismos, al atribuirnos capacidades excepcionales para interpretar los deseos nacionales e internacionales. Por lo cual, nuestros gobernantes han descuidado los problemas del propio país, para dedicarse a sus ambiciones internacionales; se han involucrado en movimientos internacionales en los cuales han comprometido al país contra los deseos y el escepticismo de la población.

En política hay que a ser realistas para proceder con cautela y actuar con vista al éxito. Para poder conseguir las metas propuestas es necesario entender y comprender los problemas propios, para ir progresivamente resolviendo los problemas que se avecinan en la etapa postchavista.

Los dirigentes políticos venezolanos siempre han priorizado la toma del poder descuidando el desarrollo y el despliegue posterior del mismo. Esto siempre ha sido un error, y así han llegado a alcanzar el poder sin tener esbozado ningún programa de gobierno. Tal vez porque han confiado en sus extraordinarias capacidades de mando y resolución, posiblemente inspirados en el culto bolivariano.

Es necesario preguntarnos ¿Qué vamos a hacer políticamente cuando llegue la etapa postchavista? No podemos iniciar tal etapa con una actitud de autoengaño, lo cual sería fatal. Muchos chavistas (electores) se atrincheran en el chavismos porque otean que en el próximo gobierno habrá represalias con ellos, y no estoy pensando en los chavistas que están en el alto gobierno. Ya que todo parece que fuese a hacer así, por las actitudes intransigentes que han demostrado ambos bandos.

Una autoevaluación honesta nos debe llevar al reconocimiento de los errores políticos cometidos durante el siglo XXI. En este sentido, la experiencia chilena nos podría servir como un buen ejemplo para aprender y saber qué decisiones debemos tomar, tal experiencia puede ser un buen modelo a estudiar. Porque los políticos chilenos actuaron con moderación, adoptaron una política conciliatoria y abandonaron la actitud de intransigencia política cuando volvieron al poder después de la dictadura de Pinochet.

¿Cuál actitud política será necesaria asumir en el periodo postchavista? Es una pregunta fundamental que tenemos que hacernos ahora. Si damos una respuesta inadecuada seguiremos sumidos en un océano de errores, que nos seguirán costando caro. Debemos tener en cuenta que en la etapa poschavista estará presente el espectro del golpe de Estado, el miedo al ejército y a las revueltas de los chavistas. Por eso ya en el poder, los políticos tendrán que dejar a un lado los odios viscerales para poder construir una Venezuela para todos los venezolanos. Esto supondrá un logro notable.

Pues debemos tener presente que la crisis política venezolana de este siglo XXI emergió a partir de una situación de polarización política, del desacuerdo en torno a unos valores fundamentales y de mantener una actitud intolerante en la que hemos estado dispuestos a matar o morir antes de llegar a negociar cualquier tipo de acuerdo. Tales factores nos han llevado al actual fracaso como nación.

NICHOS DE COMPORTAMIENTO

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Con la llegada de Chávez Frías a la campaña electoral de 1998 las posiciones políticas se desbancaron y tomaron derroteros erráticos, algo que ya venía sucediendo desde el inicio de la década de los noventa. La visión de los partidos políticos a nivel mundial se había descentrado por los acontecimientos producidos por Gorbachov en la extinta Unión Soviética; a nivel nacional se había producido el declive de los partidos socialcristiano y socialdemócrata.

Los llamados partidos de izquierda que no habían tenido ninguna una actuación en la actividad gubernamental de poder, ya que eran constantes perdedores, no es posible decir qué sucedía en su hacer. Por esa razón conservaban aparentemente su praxis y su obsoleta ideología intacta, como se ha visto después, estaban anclados en una ideología pre-Gorbachov, esto es, de corte estalinista. Esta concepción obsoleta tuvo sus consecuencias en la cultura política de la búsqueda de acuerdos, pues los partidos de izquierdas al sentirse ganadores vislumbraron la tendencia de arrebatar; unido esto a la condición autócrata de la política venezolana y de la ideología de izquierda.

Ya en el gobierno de Chávez Frías, los políticos que comulgaban con posiciones intermedias y sintonizaban con la búsqueda de acuerdos fueron echados a un lado tanto por el bando chavista como el de la oposición. Enarbolaron ambos bandos la tesis de la polarización con mucho orgullo. Desde ese momento las posiciones polarizadas se pusieron de moda y los políticos asumieron la misma postura para atraer a su redil a los electores afectos a esta posición.

Los políticos que habían negociado durante cuarenta años, desde 1958, de pronto se volvieron tan intransigentes como los recién llegados al poder. Muchos de los que conformaban el gobierno chavista habían negociado en distintos ámbitos de la política, pero se olvidaron de eso. A partir de 1998, aparecen nuevas figuras políticas, pues los políticos tradicionales ya estaban viejos y fueron apartados, estas nuevas caras políticas asumieron de una vez una actitud beligerante ajena a la negociación y al acuerdo, porque así se lo exigían sus electores y se dejaron arrastrar por estos.

La polarización en la oposición se generalizó y mostró su mayor intransigencia política a partir del miedo anticomunista. Este miedo se azuzó a través de la prensa y la televisión, hubo muchos voceros que se encargaron de ello. Aunque Chávez Frías venía del estamento militar, que históricamente había representado a la derecha venezolana. Recordemos que los partidos políticos venezolanos cuando se conformaron en su mayoría eran socialistas y su opuesto natural eran los andinos en el poder.

Tanto en la campaña del 1998 como en el devenir del siglo XXI, los bandos políticos que se conformaron y enfrentaron se volvieron, a partir de la tesis de la polarización, homogéneos. Por tanto, más extremos en sus posiciones ideológicas. Los chavistas han conservado esa homogeneidad, los otros no; por eso se han desmembrado poco a poco.

La oposición se hizo cada vez más conservadora y los chavistas más comunistas. Aunque, en verdad, Chávez Frías al inicio de su gobierno era un arroz con mango antes de decidirse a ser socialista y comunista a la vez. Los sectores liberales, moderados, repito, fueron excluidos y borrados en ese enfrentamiento político, porque estorbaban a la tesis de la polarización, aun cuando representaban un tercio del patrón electoral.

Los simpatizantes de cada bando fueron y son cada vez más intolerantes con el contrario, consideran al otro el verdadero peligro para el bienestar del país. Los miembros de una misma familia, por ejemplo, entraron en pugna por su preferencia política; las familias se pelearon y lo mismo pasó con los amigos. Cada quien se volvía más intransigente y se identificó más con su posición política; cada cual buscó quien estuviese más cercano y compartiera sus ideas políticas. Hasta la vestimenta sufrió los embates de la polarización, las mujeres de la oposición que gustaban de lucir vestidos rojos tuvieron que arrinconar estos en el closet, lo mismo les pasó a los vestidos negros de las mujeres chavistas.

Cada quien conservó a los amigos que se identifican con sus creencias políticas, ante cualquier duda la amistad se evitaba. Muchas amistades han quedado en el limbo. En la misma medida que los electores y simpatizantes se volvieron más intolerantes e intransigentes los políticos también lo hicieron, éstos simplemente se adhirieron a los deseos de sus electores. Se embarcaron en el mismo tren de la intolerancia de mutuo acuerdo.

La polarización política se acentuó a partir de la conformación de los nichos de información. La prensa y la televisión se encargaron de ello, para esa fecha el internet estaba iniciando en el país. El gobierno chavista tenía los medios del Estado y con ellos empezó el adoctrinamiento que al día hoy continua; la oposición en ese entonces contaba con varios periódicos de circulación nacional y estadal, además de varias televisoras. Cada bando se refugió a informarse en su nicho particular. Los chavistas solo veían VTV y los de la oposición GLOBOVISIÓN. Esto configuró el nicho de comportamiento personal y social. Las fuentes de información estaban sesgadas y cumplían abiertamente su papel de agentes políticos. Cada fuente se identificada claramente o con la perspectiva chavista o con la de la oposición sesgando la información en exceso.

Con el auge de internet, los sitios web de noticias y las redes sociales, cada quien eligió sus fuentes de información según sus opiniones previas. Las eligió a su conveniencia y gusto. Esto hizo y hace que el nicho de información sea más particular y específico de acuerdo al gusto de cada persona. Esto quiere decir que cada quien se pone sus propias gríngolas. Cada quien se ciñe estrictamente a sus propios intereses y puntos de vista.

No buscamos ver qué están planteando a partir de otros puntos de vista,  porque simplemente no nos gustan ni nos interesan. Terminamos encerrados en nuestro nicho político, nos cercamos con nuestro propio conjunto de datos y pensamos que nuestra elección es la mejor. Ignoramos todo con respecto a los simpatizantes del otro bando. Por supuesto, exigimos que nuestros políticos rechacen cualquier acuerdo con el otro bando, con los cuales no estamos ni estaremos de acuerdo. Nos hemos convertido en solipsistas políticos y sociales.

Hemos convertido a las redes sociales en nuestro principal nicho de información y nuestro principal filtro de la misma. Compartimos las noticias y comentamos los post de los amigos de Facebook, que a su vez comparten las noticias y los post que nosotros seleccionamos, esto es, compartimos nuestra misma opinión. Hemos homogenizado nuestras opiniones.

En las redes sociales hacemos una selección simple de quiénes serán nuestros amigos, aunque a muchos no lo conocemos en persona, solo necesitamos saber que coinciden con nuestro modo de pensar y con nuestra inclinación política. Incluso pertenecemos a grupos específicos de filiación política, conformamos una gran hermandad homogenea.

Si alguien publica una noticia o un post con un punto de vista político opuesto al nuestro, lo más seguro es que eliminemos o bloqueemos a esa persona de la lista de nuestros amigos de Facebook. Y no importa si lo conocemos o no en persona, solo no queremos saber nada de lo que piensa. Posiblemente si lo conocemos en persona lo eliminamos más rápido, para no tener que calárnoslo en persona y también en las redes sociales.

Revisamos nuestra cuenta de Facebook para ver y leer los artículos que están de acuerdo con nuestro punto de vista. Nos hemos auto-reducidos en nuestras perspectivas de mirar el mundo. Solo leemos y atendemos las cosas que están de acuerdo a nuestro nicho de información y comportamiento. Aunque internet es una gigantesca enciclopedia, solo la utilizamos para reforzar nuestros sesgados y limitados puntos de vista, no para ampliarlos.

La intolerancia política ha hecho que nos encerremos en nosotros mismos, en nuestros puntos de vistas y opiniones. Con lo cual hemos dejado por fuera la heterogeneidad de la cultura de la búsqueda de acuerdos, de entendimientos mutuos que es lo que hace posible el hacer democrático. De allí, que sea tan difícil conseguir mediadores dentro del actual ámbito político nacional. Ya que cada vez nos hemos cavado trincheras más profundas y elevados muros más altos en nuestra visión política y de pensamiento.

Nos hemos arrinconados en nuestros nichos particulares de pensamiento y comportamiento. No queremos saber nada más de lo que ya sabemos. Nos limitamos y cercamos a nosotros mismos. Conformamos nuestro nicho de información para excluir cualquier otra opinión. Nos homogenizamos como individuos y de allí practicamos nuestra intolerancia y nuestra polarización.

LOS ASCENDIDOS

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La imposición ideológica mantiene a la población en una condición de subordinación enfermiza. Se utilizan los aspectos políticos y sociales para mantener una estructura piramidal de poder que existe a sus anchas y con la cual los revolucionarios imponen todo tipo de límites. El estado policial bajo estructuras básicas de coerción es un hecho. Gobiernan sirviéndose del miedo, para que no quede duda alguna de sus intenciones.

La desinformación, a todos los niveles, es condición fundamental para la autoprotección de la revolución. La prensa, los tribunales y el mercado no sirven de contrapeso a la clase política dirigente, han perdido todo peso desde 1999. La élite gubernamental aunque no puede saber todo con la exactitud que desea finge que sí, es su forma de control. El funcionariado, como toda la población, se ha dado cuenta de que tienen que ser cautelosos con los mensajes enviados en público. Es una copia del proceder estalinista.

Viven los chavecos de imponer el clientelismo y ampliarlo hasta su mayor dimensión, es parte de su hacer. Lo cual implica la conformación de vínculos familiares y de clanes diversos. Los revolucionarios han creado nidos de funcionarios pertenecientes al partido, para acrecentar los cargos burocráticos y perpetuar tales nidos; un ejemplo, es la duplicación de los curules de diputados a elegir para la próxima Asamblea Nacional.

Entre estos nidos burocráticos está el de los funcionarios ascendidos, que no son los llamados «enchufados». Los ascendidos están proclives a disfrutar de ciertos privilegios o migajas. El gobierno les brinda ciertas míseras como ventajas materiales, ya que no puede confiar siempre en el uso del terror. Esto lo ha entendía la camarilla gubernamental.

El gobierno deliberadamente ha ascendido cuadros y titulados jóvenes a puestos medios, los cargos elevados de poder están reservados para la élite revolucionaria. La llamada revolución ha potenciado una nueva generación de burócratas que ha terminado por reemplazar al viejo funcionariado, porque eran un estorbo a las metas ideológicas.

Han colocado a tales jóvenes en todos los escalafones medios del partido y del gobierno. Ha sido uno de sus objetivos y lo han realizado por medio de desplazamientos soterrados y silenciosos. Sin embargo, el terror ideológico conserva a los ascendidos en un sistema de pseudo distinciones y pseudo privilegios. Cuanto más alto es el escalafón alcanzado mayor es la recompensa ideológica. Cualquier desviación se paga con el ostracismo.

La élite revolucionaria soborna a los ascendidos para que se conviertan en cómplices de sus desmanes; estos beneficiarios administrativos tienen ciertas garantías de acceso a bienes y servicios que se niegan al resto de la población. Los ascendidos no pertenecen propiamente una élite privilegiada, suponen que lo son en nombre de la revolución.

La camarilla revolucionaria desea tranquilizar al funcionariado que teme perder sus prebendas. Por eso la elección de los promovidos implica valorar a estos como la reserva de oro del partido (la generación de oro). Conocer tales cuadros consiste es hacer un detallado análisis de sus virtudes y defectos, entre todo de sus defectos, para saber cómo pueden favorecer a la revolución.

Cultivar estos cuadros políticos es apoyar a elevarse a los ascendidos, para ello se dedica tiempo en la orientación ideológica para que sean funcionarios obedientes y leales, esto es parte de la formación política. Se insta a promover a los ascendidos para evitar que se queden en el mismo sitio o se inmovilicen, ya que pueden crear lazos de solidaridad y tales lazos siempre son peligrosos.

La camarilla revolucionaria dice sentirse atraída por los ascendidos e insiste en que con ellos se ha elegido el mejor camino. Aquellos tratan de dar la impresión de que son el mejor amigo de los ascendidos, mientras los promovidos sean obedientes y sumisos. Se rechazan los viejos cuadros políticos porque éstos siempre son problemáticos debido al roce y la experiencia política.

A los ascendidos se les impone fidelidad total. La cachara ideológica está dirigida a lograrlo en más que otro sector del funcionariado. Para la formación de esta nueva casta cuentan con los discursos del difunto, donde éste explica y justifica la existencia del orden revolucionario.

Los ascendidos son el nido burocrático más efectivo para el partido, porque se convierten el brazo de ejecución administrativa, y pueden soñar con tener acceso a los privilegios del partido. El reclutamiento se hace sobre la base del mérito y la utilidad para la causa socialista, lo demás no cuenta.

La cuestión fundamental para los revolucionarios reside en que todo el mundo debe comprender que su hacer está fundamentado en el marco institucional y en la dirección proporcionada por las jerarquías del partido. No se admite que individuos particulares y ni grupos sociales actúen de forma autónoma.

Para la fidelidad se proclama el imperativo ideológico. El pensamiento del difunto está al frente de la patria socialista. El eterno con su falsa modestia y autocompasión simuló que el peso del liderazgo personal de algún modo le había sido impuesto por las masas. Sentimentalismo de bodega. Como si él solo se preocupara por la nación y tenía que hacerlo todo él. Como impostor absoluto, podía asumir cualquier tipo de comportamiento que considerara útil a sus fines.

Los ascendidos deben copiar la forma de ser y actuar del líder eterno. Imitarlo, Si él podía estudiar, leer y estar al tanto de todo día a día. ¿Por qué los demás no pueden hacer lo mismo? Están acaso desperdiciando el legado. Los ascendidos deben esperarlo todo de la revolución. Pues como figuras públicas más jóvenes son más susceptibles.

DEMOCRACIA GUIADA

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Desde hace tiempo lo que se ha venido planteando soterradamente es la sustitución de la democracia partidista por una «democracia guiada», que los revolucionarios consideran más adecuada a sus intereses. La democracia guiada se basa principalmente en la doctrina de la unidad cívico-militar.

Bajo la democracia guiada todo grupo u organización política debe practicar en función del gobierno la «cooperación mutua» o el «consenso mediante deliberación». En este sentido el Poder Legislativo, por ejemplo, que es el espacio donde los diversos partidos compiten entre sí termina convirtiéndose en colaborador pasivo de los intereses del gobierno. Para garantizar este tipo de cooperación las funciones de cualquier organización política deben estar bajo los preceptos de los objetivos revolucionarios.

El fin de tal cooperación es generar «grupos funcionales» que sustituyan a todos los partidos y organizaciones políticas. Como vemos en la intervención del Tribunal Supremo de Justicia que ahora designa las Juntas Directivas de los partidos políticos. Tales grupos funcionales deben responder a las directrices de la revolución. Pues el partido gobernante es quien está capacitado para interpretar los deseos de la población y se asume como profeta de la Nación.

Los grupos funcionales que terminen actuando serán los que convengan a la llamada revolución. El grupo funcional más cercano al gobierno son las Fuerzas Armadas. De allí que haya actualmente alcaldes, gobernadores,  administradores nacionales y locales que eran o son oficiales militares.

La instauración de una democracia cooperación mutua y la conformación de los grupos funcionales tienen su origen en el deterioro progresivo de la cultura de la negociación, del acuerdo político y del sistema democrático en los últimos años. Tal deterioro ha dado paso al control de los organismos políticos. Pues al ir conformando grupos funcionales la revolución tiene la oportunidad de purgar a sus adversarios políticos.

Tal procedimiento es con el fin de preservar el control del poder político y de la riqueza mal habida a través de las empresas estatales, el contrabando y la corrupción. Para esto el funcionariado necesita que el partido tenga autoridad para mantener bajo vigilancia a cualquier persona sospechosa de cometer acciones perjudiciales contra la seguridad de la revolución.

La democracia guiada es un claro indicio de la ausencia de democracia, como lo son, a su vez, los grupos de funcionales con los cuales  se pretenden sustituir a los partidos y las organizaciones políticas. Lo que se busca imponer es una democracia controlada o lo que en Europa oriental se llamó «democracia popular», que les sirve para gobernar mediante canales no oficiales (misiones), pues la discontinuidad institucional les ayuda a prolongar el caciquismo personal.

La mente de los revolucionarios es un reloj averiado. Por esta razón no hay posibilidad alguna de que se produzcan reformas democráticas y eficientes. Los presupuestos revolucionarios son fango endurecido. No se permiten distender la política porque ponen en peligro su supremacía, esta consideración es lo que cuenta para ellos. La evidencia de que su fallido modo de gobernar mina toda posibilidad para alcanzar una competitividad económica y un dinamismo político no entra en su consideración. Los revolucionarios solo saben lo que saben hacer, nada.

Los revolucionarios están limitados a pensar estrictamente dentro del marco de su visión del mundo y de sus presupuestos anquilosados. Sus hábitos autocráticos los han anestesiado para percibir el sufrimiento que han infligido a la nación. Los revolucionarios solo digieren lo que les interesa, el resto de la información la desechan porque les desagradaba.

A pesar de todo el deterioro personal, de las instituciones y de los procedimientos existentes, la supremacía de la revolución solo se sustenta en la continuidad de la dictadura de partido único. El control ideológico y el terror son los instrumentos indispensables de sumisión, por eso no se duda en la determinación de seguir manteniéndolos.

Las aspiraciones democráticas de la población se consideran como la desafortunada consecuencia del capitalismo, del imperio y de cualquier otro que no represente la ideología revolucionaria. Por eso buscan impedir las infecciones contrarrevolucionarias con sus letanías ideológicas. Por todas partes el partido buscaba indicios de desviaciones e insubordinación.

Los ciudadanos están destinados a perder sus ilusiones. Los llamamientos a obedecer al partido son permanentes, la necesidad de la defensa de la revolución se transmite de forma habitual. No hay período de paz, permanentemente generan una sensación de inseguridad.

Los medios oficiales insisten en que la población tiene que realizar sacrificios por la revolución. Las medidas se anuncian de repente y sin advertencia previa, a la espera de que la población acepte dócilmente lo que se le ordena. El gobierno insta a sus colaboradores para que resten importancia sobre la difícil situación.

Es difícil entender la brutalidad del orden político y económico de la revolución. Sin embargo, bajo la superficie el resentimiento es inmenso. La intolerancia política causa repulsión. El estado de necesidad molesta a la toda la población, las restricciones culturales disgustan a los artistas. Los revolucionarios no presenta ninguna propuesta de cambio y todos los subordinados solo forman un conjunto de marionetas.

DESMESURA DEL PODER

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Chávez Frías solo se interesó por una política de poder y de grandes gestos retóricos insustanciales; esto ha continuado después como farsa, como bien dijo Marx. En su desmesura, el líder cree que solo se debe a sí mismo el poder. Pues, de lo contrario, solo sería el testaferro de la muchedumbre. El líder considera que la multitud no lo eligió a él, sino que él la eligió a ella; ésta no le ayudó a afirmarse, él la elevó a ella hasta el poder estatal. Lo que ha llegado a ser la muchedumbre es porque él la modeló y estuvo a su lado, ésta le debe todo lo es.

El líder no tiene correligionarios. Solo tiene compañeros de lucha y discípulos elegidos por su obediencia. En este sentido, no hay iguales. Está quien conduce y quien se deja conducir; quien influye y quien se deja influir. Todo compañero de lucha debe tomar el ejemplo del líder, por ser él el único y absoluto referente; el modo de vida del líder es el estilo de la época que él personifica, el estilo del gobierno que él dirige. Él es el alfa y el omega. Para el líder la historia detuvo toda opción en él, porque él es único que posee el secreto del poder supremo. El único que sabe cómo dirigir al pueblo, porque conoce sus virtudes y sus defectos. Ante todo los defectos.

La burocracia que trata de colocarse entre el líder y el pueblo, busca suplantar el poder supremo por esa razón hay que atajarla implacablemente. De allí la creación de las «misiones», ya que solo el líder puede ser el ejecutor del poder supremo. El auténtico aparato de gobierno es el que él crea por y para sí mismo, ha de estar sometido a sus designios; todas sus acciones están bajo la mirada y la fuerza de él, ya que tal aparato es su voluntad. El aparato de gobierno se concentra en un solo organismo, el partido, encadenado de arriba abajo y conformado por sujetos obedientes. Solo basta tocar un eslabón para que se estremezca toda la cadena de obediencia.

El aparato burocrático no se destruye sino que se somete al líder para crear un equilibrio político, que supone la dictadura de la idea ideológica. El mismo se conserva y robustece sin permitir que en él se cimienten vínculos recíprocos; ya que un aparato burocrático bajo constante amenaza no tiene fuerza política autónoma, solo es una fuerza en manos del gobernante prepotente. Pues, él necesitaba una burocracia que no razone, que solo exista en tanto sea su voluntad.

Todo lo que en ese aparato le estorbe será barrido. Esto conlleva a que sus correligionarios se conviertan en enemigos mortales y al ser agraviados se disponen a unirse con quien actúe contra él. Por eso es que hay que aniquilarlos dentro del mismo aparato, aunque entre ellos se encuentren sujetos con méritos. La historia le perdonará al líder tal aniquilación, porque tales méritos ahora resultan perjudiciales para la causa política. Esos sujetos deben ser cambiados, y cambiarlos significaba destruirlos. Porque el aparato del partido es la palanca del poder para aglutinar todo el dominio en sus manos, y el líder lo comprende.

Para elevarse hasta la categoría de líder, él tiene que destruir todo lo que le rodea. La masa debe acostumbrarse a ver en él al sujeto histórico y necesario, los demás no cuentan. Por eso destruye a todo aquel y a todo aquello que él considera su enemigo; lo destruye porque él es el líder, porque él está predestinado a conducir a la nación y nada puede impedirlo. El argumento es que sus adversarios no lo comprenden y por eso deben ser destruidos. Además, debemos tener presente que un aspirante fallido es siempre un enemigo en potencia.

El líder no confía en nadie. Pues, el poder divide y cada quien trata de adueñarse de él. Él convierte al poder en un factor aglutinante, lo concentra en sus manos y ya nadie es capaz de arrebatárselo, ni siquiera se atreven a pensarlo. Para esto es necesario persuadir a la masa de que el poder es indestructible y aniquila a quien pretenda atentar contra él. Como líder levanta bastiones de temor supuestamente para proteger al pueblo, en esto lo siguen sus partidarios.

Todos los enemigos —pasados, presentes y venideros— deben ser exterminados y, de hecho, lo son. El poder solo resiste si la estructura del mismo es inconmovible, esta es la premisa de su estabilidad. El líder debe ser poderoso en todo caso de amenaza y guerra; debe ser temido si quiere conservar su permanencia. Por eso no confía en nadie y aniquila a sus enemigos. En política, para él, no caben las lamentaciones solo las actuaciones.

La masa debe aceptar todo sacrificio impuesto por el líder, esto se consigue con la cooperación de máximo estrés y con el entusiasmo retórico. A la muchedumbre hay que obligarla a hacer los sacrificios, para eso se necesita un poder fuerte que imponga el temor. El temor se mantiene por todos los medios y la teoría de la lucha der clases ofrece todas las posibilidades para ello. La historia, según el líder, perdona todo sacrificio. Por el contrario, si él deja al gobierno indefenso y condenado a perecer entonces la historia no se lo perdonaría nunca, esa es su lógica. Una meta grande exige una gran energía y ésta se obtiene por el terror y el estrés.

El poder basado solo en el amor del pueblo al líder es un poder débil, pues depende del pueblo. El poder basado en el temor del pueblo al líder es un poder fuerte, ya que depende del líder que es quien lo ejecuta. Chávez Frías equilibró amor y terror bajo la fachada de empatía. Si el primero es un poder débil y el segundo un poder inestable, entonces es necesario establecer un poder estable el fundado tanto en el miedo al líder como en el amor a él. A través del miedo supo inspirar amor. Un amor tal que todos los desaciertos y desatinos de su gobierno no se le achacan a él sino a sus enemigos. La sencillez del líder estuvo en hablar con las masas y arrastrarlas hacia sí, por eso la muchedumbre fue capaz ciegamente de reconocerlo y servirle.

La erudición y la oratoria no bastan para un líder. El engreimiento intelectual lo hace insoportable para las masas, ya que subraya a cada paso la superioridad de su intelecto. A la masa no le gusta que la tomen por tonta. La muchedumbre solo reconoce la superioridad del intelecto cuando se conjuga con la superioridad del poder. La superioridad solo es admitida por la muchedumbre cuando ella se ha subordinado al líder, circunstancia que no la humilla sino que la eleva y justifica su subordinación incondicional. Esto le proporciona el consuelo de no subordinarse a la fuerza sino a la inteligencia.

Mientras el líder no ha alcanzado el poder unipersonal persuade y busca inspirar en sus partidarios el convencimiento de que ellos son aliados voluntarios, de que él solo se limita a expresar los pensamientos de ellos. La organización revolucionaria es la patria, este fue el planteamiento fundamental de Chávez Frías y del legado que esgrimieron sus secuaces.

¿Consideró Chávez Frías en serio la idea de la dirección colectiva? No, nunca. Él solo comprendía la importancia de ser el líder. El centralismo socialista impone la unipersonalidad, pues él es la voluntad de la nación. De ahí la importancia del aparato de gobierno, del partido, porque refuerza la ideología política y la unidad militar sobre lo cívico, y en la misma se apoya como jefe de gobierno. Todo está subordinado a su decisión y deseo.

Para tales maniobras, él consideró siempre adecuados a los subordinados obedientes y sumisos, los demás eran inadecuados a sus fines. Temía el robustecimiento de cualquier organización democrática, porque cuando el aparato burocrático se sale de la cooperación de estrés máximo cae en la rutina, y si se cohesiona en vínculos fraternos se convierte en un freno que atenta contra el líder. De allí la erradicación de cualquier brote de cooperación ajena al partido y la ideología dominante.

El aparato ideológico es utilizado para avivar las supuestas conquistas de la revolución. No obstante, debe estar sometido al poder del líder para que no se convierta en una fuerza incontrolable. Como instrumento de poder, la ideología se debe imponer temor al pueblo, pero la misma debe someterse ante el líder. De este modo, poco a poco los partidarios se van volviendo fiel por sumisión y temor, esto vale más que la fidelidad por convicción. Pues, las convicciones cambian, el miedo no.

Al inicio la lucha por el poder se apoyó en los llamados intelectuales, porque éstos son el vehículo de la heterodoxia y ésta es un buen instrumento en la lucha para asumir el poder. Pero cuando se conquista el poder los mismos son seres inútiles, porque el arma del poder es la comunidad de ideas. Por eso Chávez Frías terminó condenando a la heterodoxia, ya no le hacía falta. A sus fines solo hacía falta una organización capaz para garantizar la comunidad de ideas y ésta era el PSUV, que era, su voluntad.

La desmesura del poder incuba al autócrata con todas las características que hemos indicado. Se perciben al momento o a posteriori, no importa cuando. Lo que hay que buscar, y es lo relevante, son las rendijas por donde se puede empezar a desboronar tal descomedimiento, tales desmanes. Ese debe ser el fin de saber entender la desmesura del poder.

DE ARQUITECTURA A FILOSOFÍA

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Una mañana cualquiera estaba yo sentado en los banquitos que había, todavía deben estar, en la entrada de la Facultad de Arquitectura, eran unos bancos de madera con la base de concreto junto a la pared de bloques calados o de ventilación en la Planta Baja. Ahí estaba yo sentado, posiblemente tomándome un café cuando llegó un carajo que también estudiaba arquitectura, él era medio cuentero y tocado de la azotea, nos pusimos a hablar de cualquier cosa, en eso una muchacha amiga se detuvo a conversar y creo que él dijo o ella contó que estaba estudiando sociología. A lo que la muchacha se fue, este carajo me contó que él estaba estudiando educación en el régimen de estudios simultáneos.

Él se levantó y se fue. Yo me quedé ahí mirando para todos lados y pensando lo que me había dicho sobre los estudios simultáneos o paralelos. Y por esas cosas de la vida, se me vino a la cabeza que yo alguna vez había pensado que quería estudiar filosofía. En verdad, yo ni sabía ni tenía idea de qué trataba esa vaina de la filosofía, como tampoco sabía de qué trataban los estudios de arquitectura, en eso estaba a mano conmigo mismo. No mucho tiempo atrás había leído algo de Nietzsche sin entender nada, por supuesto; solo había sentido ese impulso que encarna el pensamiento del mostachudo alemán y eso era suficiente para mí.

Yo, en verdad, era buen lector de historia de la arquitectura y del arte en general, todo lo leía al respecto, me había leído completo el libro de Benévolo y Giedion que son unos textos voluminosos, era lo que más me gustaba. Y hacía ya tiempo que estaba enamorado de la Dama de Rojo. Por esos mismos tiempos, había comenzado a sentir que algo faltaba en esas historias de la arquitectura, por ello me incline hacia la crítica de la arquitectura, pero igual notaba que algo faltaba y no sabía qué era. Solo presentía la ausencia, sin saber que era lo qué estaba ausente. Por esa razón, fui poco a poco dejando en el olvido la pasión por la crítica y la historia de la arquitectura, ahora son solo hilachas.

Al rato de estar pensando en eso de estudiar filosofía me levanté y me fui caminando hasta la Escuela de Filosofía. Yo no sabía ni dónde quedaba ni tenía la menor idea de dónde estaba ubicada, pero llegué; no me acuerdo cómo. Debo haberle preguntado a alguien o algún Dios perverso me guió hasta la puerta de la misma Dirección de esa Escuela. Entré y pregunté, cómo hacia para estudiar estudios simultáneos de Filosofía, ya que yo estudiaba arquitectura. Debe haber sido Celia la que me atendió, ya que ella por ese entonces era la Secretaria de la Escuela de Filosofía. El escritorio donde ella trabajaba estaba apenas uno abría la puerta de la Dirección, uno casi le daba con la puerta.

Me dieron un papel donde decía lo que tenía que hacer y con el mismo me regresé para la Facultad de Arquitectura. Lo primero que tenía que hacer era una carta pidiendo autorización a la Escuela de Arquitectura para poder hacer los estudios simultáneos; pedían, además, un promedio mínimo de 15 puntos, yo lo tenía un poco más arriba. Hice la carta ese mismo día y si mal no recuerdo creo que la secretaria del Departamento de Arquitectura Ambiental, o cómo se  llamara ese Departamento, me transcribió la carta a máquina, me hizo ese favor, pues yo la había escrito a mano. Aunque yo tenía la vieja Remington Steel que no sé qué se hizo, debe haberse perdido en medio de tantas mudanzas y andares, ella transcribió la solicitud.

Subí a la dirección y presenté mi solicitud a la Escuela de Arquitectura, y como eran diligentes para dar respuestas al mes me dieron respuesta. Aceptaban que yo hiciera los benditos estudios simultáneos, a lo mejor querían deshacer de mí. Con la carta de aprobación me fui para la Escuela de Filosofía y me debe haber atendido nuevamente Celia, quién más, si ella era la que resolvía todo ahí. Ella terminó de decirme lo que tenía que hacer para que ahora la Escuela de Filosofía aceptara mi solicitud para hacer los estudios paralelos.

Por ese entonces yo vivía en las calles de las putas, así bautizamos esa calle que queda al pasar el Hotel Cuatricentenario, en Plaza Venezuela, de donde salió Carmona Vásquez y luego lo liquidó el grupo Gato. En esos mismos tiempos comía en el Comedor Universitario, comer en la década de los ochenta en el comedor era un asco, todos los mediodías daban de almuerzo pescado sancochado en agua y sal, nada más. Y por supuesto las famosas naranjas de Chernobyl, que tantas vidas han salvado. Lo único bueno era el desayuno, yo me comía hasta dos. No era un desayuno gourmet, pero no había otro y muchos menos dinero.

La renovada idea de estudiar filosofía y los trámites para iniciar ese asunto tengo que haberlos iniciado o al final del octavo o al inicio del noveno semestre, no recuerdo bien. Lo cierto es que la gente de filosofía aceptó mi solicitud, y me mandaron a que me inscribiera en la Facultad de Humanidades y Educación y en la Escuela de Filosofía, de ese proceso no recuerdo nada. Todo fue muy rápido, como si los dioses estuviesen tramando algo. Si recuerdo que saqué el carnet de estudiante de filosofía e inicié los estudios de filosofía cuando estaba en el décimo semestre de arquitectura, terminaba la carrera de arquitectura haciendo el proyecto de trabajo de grado que era el diseño de una biblioteca en Coro, estado Falcón, junto con La India, Bemergui, El Chaval y El Bambino, cada uno hacia su proyecto individual porque ya habíamos hecho el trabajo en equipo, el tutor era el profesor José Miguel Menéndez quien había sido nuestro profesor durante la mitad de la carrera.

Tenía por aquel entonces aspecto de estudiante de filosofía de la década de los setenta. Era un desmadejado, vestía con la ropa toda arrugada porque en ese entonces no tenía plancha, años después compré una General Electric en la Avenida Lecuna por cuatrocientos bolívares, que todavía está por ahí. Tenía el pelo largo que llegaba casi hasta la cintura y siempre andaba espelucado, porque siempre he tenido la costumbre de peinarme una sola vez al día, después de lavarme el cabello en las mañanas. Debe haber sido por eso que Celia me atendió tan bien, aunque siempre fue una persona muy amable.

A la primera clase que asistí en filosofía fue de Historia de la Filosofía con el profesor Agustín Martínez. Estábamos unos poquitos alumnos, creo que cinco o seis a lo sumo. Agustín Martínez, en esa primera clase, nos dijo: —«A ustedes nadie los fue a buscar  a su casa ni los mandaron a venir, ustedes vinieron porque así quisieron y lo eligieron» y sentenció «No hay filósofos de diez puntos, los filósofos son de veinte puntos».

Esa fue una buena clase. Ahí mismo, y sin perder tiempo, comenzamos con el mismísimo Hegel y sus Lecciones sobre Filosofía de la Historia. En la inmensidad de la filosofía descubrí que era aquello qué a la historia y a la crítica de la arquitectura le faltaba. Supe que eran los fundamentos filosóficos en que se sustenta toda arquitectura, por eso para mí aquellos textos ya olvidados navegaban sobre un vacío sin asidero.

Después de todo este tiempo, tenía razón Pierre Aubenque cuando dijo que “las lecciones de la filosofía son eternas”.