TOMILLO Y CARAOTAS

Estaba relamiéndome los bigotes, cual gato de esquina, mientras preparaba aquellas carautas que pensaba debían quedarme como para comer en ventana, tal como decía el Chico Lameda.

Temprano había salido a comprar de esos aliños o especies que no saben ni huelen a nada, de un tiempo a esta parte. De nantes cuando iba al mercado y se adentraba uno por el pasillo de las especies se le tupía la nariz con aquellos olores del comino, el curry, el mastranto y no sé de cual más de aquellas exquisiteces venidas durante La Colonia  de la India.

Ahora pasa uno por esos pasillos y ni cuenta se da de dónde está, debe ser que aquello es polvo de arroz o de maíz viejo. Esas especies no huelen a nada. Lo cierto es que fui a la esquina donde ponen unos tarantines a comprar las benditas especies, para aliñar las caraotas. No veía por ningún lado el orégano molido, hasta que mirando bien vi una bolsita que tenía el orégano, pero no molido. De una lo agarré y lo metí en la bolsa. Me compré la bolsa más grande que había, porque tenía ganas de echarle de a bastante.

Me viene contento pensando en echarle bastante orégano a esas caraotas, para que fuesen serias. Que ya llevaban como cuatro horas de candela, porque duras si son las marditas. Hace diez mil años atrás las domesticaron, pero no las ablandaron. Es un frijol del infierno, aunque en el paquete decía: “San Patete, caraotas negras” o algo por el estilacho. Aunque éstas son mixtas porque vienen unas marrón y de otros tonos. Deben ser que son caraotas mestizas.

Este grano no me gusta, es la verdad. Pero no tenía más nada que comer ese día. Estaba en esos menesteres de preparar las caraotas oyendo a cuatro cuarentena y “te mando señales de humo, mi corazón se ha doblao de tanto querer…” ¡VAyaló! y echando unos pasitos, de veces en cuando, como si estuviese en Casalta.

Llegado el momento de aliñar las caraotas, les  fui echando todo lo que tenía a mano, que no era mucho. A la verdad, sal y una ramita de cebollín, o como dicen los chef cebolleta de verdeo. Llegado el momento de echarle el orégano fui generoso como el que más, más generoso que jeque saudita. Cuatro, cinco, seis, siete y hasta ocho cucharadas de orégano les mandé por el pecho a esas caraotas.

Estaba echándole a espuerta las cucharadas de orégano a las caraotas cuando leo que en la bolsa dice: “TOMILLO”.

¡A la puta madre que los parió a todos!

Exclamé.

Aquella vaina no era orégano sino tomillo.

Ahí mismo me asaltó la duda cartesiana.

Porque no era una cosa de pensar y luego existir.

Sino ahora estaba en el dilema de si tenía:

¿Qué comerme aquellas caraotas o bebérmelas como infusión?

EL BARBERO

Tenía días buscando un barbero para cortarme el pelo. Como éstos están en mi lista de cosas por olvidar, como dice Bunbury, no me había preocupado mucho por eso. Y con la cuarentena ya el matojo de pelo había crecido lo suyo. Que esté largo no es lo que me preocupa, sino que se gasta más champú y la masa no está pa’ bollo.

Cada vez que salía a caminar miraba para allá y para acá a ver si veía alguno que me sirviera. Y con eso de servir, quiero decir que fuese barato. En Chacaíto le había preguntado a un barbero que está ahí en la calle antes de llegar al Consulado de Colombia, en ese arrabal de miseria, y me había pedido tres dólares. Y eso que el barbero de marras está en plena acera e imagino que las liendras y piojos deben jugar garrote en esos peines.

Cuánto cobraran en una peluquería y cuánto en un salón de belleza. Y así cada vez que salía a la calle miraba, pero ninguno me convencía. Y meterme a preguntar en una barbería no es de mi agrado. Lo cierto es que antiercito, que iba para los lados de La Tumba, donde una vez esos muérganos me zamparon de cabeza y me tuvieron mediodía ahí, iba caminando por la avenida Casanova vi que en El Cediaz había un cartel que decía sin más: “barbero”.

Cuando regrese pregunto a ver, me dije.

Pasé de largo, fui por los lados de La Previsora y compré un paquete de caraotas ahí al lado del Tiburón. Que ya está en pleno funcionamiento. Me encontré con un amigo y nos pusimos a conversar, él me comentó que el pasaje para Puerto La Cruz, en carrito por puesto, está a 60 dólares. En esos carritos que salen de Colegio de Ingeniero.

¡Vaya a la vaina! Le dije yo.

Me regresé por la misma avenida y de asomao me metí para El Cediaz y ahí estaba el cartel, miré para dentro y no había nada, solo unas mujeres sentadas dándole a la lengua.

A un muchacho que estaba parado, jurungando el teléfono, al lado del cartel, le pregunté:

—¿Tú sabes dónde está el barbero?

A lo que él me respondió:

—¿Para qué sería?

Es que quiero cortarme el pelo y quiero saber cuánto cobra.

—¿Y cómo quiere el corte?

Preguntó el muchacho.

—Un corte, así recto. De lo más sencillo.

Le dijo yo.

—¿Y tú sabes dónde está el barbero?

Le vuelvo a preguntar.

—El barbero, soy yo.

Me dice el muchacho.

—Ah. Ya. ¿Tú cortas con tijera o maquina?

Porque ahora hay que preguntar esas vainas.

Antes uno llegaba, sentaba en la silla del barbero y lo que Dios dispusiera. Ahora la vaina es más compleja, gracias a la posmodernidad.

—¿Y cuánto me cobras por el corte de pelo?

Me midió con la mirada de abajo a arriba y me dijo:

—Un dólar.

Reflexiono yo para mis adentros. Y me dijo:

Si no aprovechaís esta golilla, es que soy un mardito.

Porque más barato ni en Pepe Ganga.

Dónde y quién me puede cobrar menos de un dólar por cortarme el pelo. Nadie.

—Está bien, vamos pues.

Le dijo yo. Como iba a pelar ese boche.

—Lo que quiero es un corte recto, para que más adelante todo el pelo se empareje.

Un corte para parecerme por lo menos a Keanu Reeves.

—Adelante, pase adelante.

Me dice el barbero.

—¿Y qué era esto antes, que hay esta barra?

Pregunto yo, de asomao.

—Era un restaurante chino.

Como el dólar se estaba cotizando ese día como a 700 mil, le pagué su cosa. Y manos a la obra.

Tijerazo por aquí y tijerazo por allá.

Me comentó que él tenía su local en el “Manuelita Saenz”, pero con la cuarentena había tenido que cerrar allá y alquilar aquí, mientras tanto. Porque su local quedaba en el cuarto nivel.

Estuvimos hablando hasta por los codos, porque los barberos son como los odontólogos les gusta meterle a la conversa parejo. Claro, aquí uno tiene la boca a disposición y también puede hablar todo lo que quiera, siempre y cuando esté uno pendiente de que el barbero no le corte una oreja a uno.

Cortó aquí, cortó allá. Y me dijo:

—Ya está listo. Estamos a su orden cuando quiera volver, si no estoy aquí me busca allá.

Amable y educado el muchacho, en verdad.

Usó el secador, me emparejó el bigote y hasta me roció con un perfumito casual, según sus palabras. A lo mejor sería el popular Jean Marie Farina.

Salí de ahí que ni Clark Gable.

La verdad es que yo creo que el barbero me vio cara de pobre. Cosa no muy difícil de ver. Porque yo andaba como un calanchín, con mi bolsa de tela donde llevaba el paquete de caraotas que había comprado al lado del Tiburón.

El muchacho, al verme, tiene que haber pensando: «a este le cobro un dólar, porque no tiene para más».

Y no estaba muy descaminado, porque yo en verdad no tenía muchas ganas de pagar más de un dólar por cortarme el pelo.

Eso fue un día antes del cumpleaños y de comprarme la piñita para celebrar.    

FATALISMO POLÍTICO

El financiamiento público a políticos enchufados, la orientación ideológica de la educación, la pobreza de amplios sectores antes modestos, reducción de la escolaridad y el cierre de la posibilidad a acceder a niveles superiores de educación y trabajo, son algunos elementos que ha implementado el gobierno nacional.

Las instituciones intervenidas por las autoridades gubernamentales sufren purgas con el pretexto de depurarlas de las ideas del capitalismo o de la política de la oposición, con esto imponen el terror y el servilismo convirtiendo a las instituciones en centros mediocres de profesionales adeptos, por supuesto, a la causa del gobierno.

Las restricciones a las libertades de información y de opinión, unidas a la utilización oficialista de los medios de comunicación para concientizar y domesticar a la población provocan un clima generalizado de apatía cívica y de temor. Como no hay encuestas no se puede revelar el porcentaje de rechazo al gobierno nacional y a sus políticas represivas. La opinión libre está amordazada.

El triunfalismo de las autoridades y de los voceros del régimen, unidos a la aceptación pasiva y crédula de sectores saturados por la politización excesiva, hacen que estos sectores valoren positivamente la tranquilidad y el orden aparente. No obstante, la represión abierta y soterrada deja sin posibilidades de acción a quienes disienten del sistema y reivindican los valores democráticos o plantean alternativas de solución.

El desafío político es difícil porque la población está escéptica y acobardada. Hay una población que siente miedo, muy justificado por demás; la cual ha perdido la capacidad de creer en los políticos. Por ejemplo, ante las elecciones de diciembre 2020 la población se plantea ¿Para qué votamos si los chavistas ya tienen la trampa montada a su favor? La población está convencida de que actualmente no es posible vivir en democracia, por eso cree que los chavistas seguirán en el poder. Es un estado generalizado de desánimo y temor que no es fácil de superar. Por ello, en parte, no es posible ni asumir la ciudadanía y ni las decisiones políticas adecuadas.

Sin la existencia de garantías necesarias, el miedo, la represión y el fraude se imponen a diario. Por ello, el escepticismo prevalece en la mayoría de la población, que solo se dedica a sobrevivir un día a la vez. En estas circunstancias adversas tiende a prevalecer el fatalismo personal y político.

Frente al estado de ánimo derrotista, toda esperanza se diluye. No hay ninguna ilusión en las elecciones ni en el espíritu legalista, ni en el apoyo de la comunidad internacional. Todo se ha ido al garete. La población está abatida y se siente abandonada.

La aparente imposibilidad de alcanzar una concertación política, se hace cada día más patente. Pues, los políticos parecen no entender que es necesario que, siendo partidos con principios e ideologías políticas distintas, deben llegar a concertar una meta común. La concertación política se debe lograr sobre acuerdos reales y en torno a un fin común; en este caso, un acuerdo real sobre alternativas políticas viables.

La concertación no consiste en constituir un Partido Único, porque de éste brotarán las diferencias, las confusiones y el mismo será ineficaz. Por el contrario, será más importante lograr un pacto de gobernabilidad, para que la población vea que se le ofrece una alternativa real. Los políticos deben generar una propuesta programática común y real, sobre los cambios institucionales necesarios para instaurar un régimen democrático que responda a las necesidades nacionales y a los principales problemas que sufre la población.

Sin embargo, a medida que pasa el tiempo se hace evidente que no hay ninguna propuesta real, ninguna posibilidad política efectiva. Se choca con la indecisión y no se encuentra ningún ambiente favorable para configurar una concertación.

Los demócratas no se reencuentran ni superan sus diferencias; no hay un esfuerzo común para ganarse a la población a su favor y una posibilidad hacia la democracia, al derrotar a los chavistas en su propia cancha. Para esto es indispensable lograr que la gran mayoría de la población aprecie con claridad que hay una propuesta factible, con lo cual vencería la indiferencia y el temor.

Hay que motivar a los ciudadanos para que se decidan a participar de la manera que ellos crean conveniente, pero que participe. Hay que elaborar una propuesta de corrección electoral y constitucional para impedir la arbitrariedad, el fraude y devolver la expresión libre a la población.

Todo esto requiere esfuerzo de organización política, que comprometa a los partidos y a los grupos sociales a recuperar las instancias democráticas. Este esfuerzo no puede limitarse a las cúpulas de siempre, se debe extender a toda la nación. Hay que hacerlo superando las restricciones públicas que impone el régimen represivo y policial.

Para tener éxito en este empeño, no bastaba con el entusiasmo y la abnegación de los equipos directivos y los colaboradores. Lo decisivo es la capacidad para vencer la apatía y el derrotismo que predominaba en la mayoría de la población. Esto exige hacer llegar a la población con un mensaje claro, definido y con significado real, que interprete los sentimientos de ésta y sea capaz de motivarla.

Para alcanzar el éxito en la construcción política es esencial definir con claridad el significado de la propuesta entorno a la cual se debe concentrar la población. La propuesta política tiene que ser clara. Hacer esto es indispensable para dar respuestas bien definidas y convincentes a las dudas, temores y desconfianzas que prevalecían en el escepticismo y fatalismo de la población. Y que la propaganda chavista siembra y azuza diariamente.

Es necesario clarificar y precisar cuáles son los planteamientos políticos que deben constituir la concertación. Pues, el gobierno revive permanentemente la campaña de terror anunciando que no hay ninguna alternativa posible fuera de él; que sin él la nación caerá en el desastre político, moral, económico y social. Como si ya no estuviésemos viviendo en el desorden, el retroceso económico, la inseguridad, la violencia y el caos.

La población sabe que quién miente mucho pierde el derecho a ser creído. Y eso precisamente le pasa a este gobierno, que ha dicho tantas mentiras y tantas promesas incumplidas que ya ni los ingenuos le creen. No se puede cometer el mismo error. Hay que ser sinceros con la gente.  

La población está cansada de la confrontación estéril y vacía, del clima de guerra y del odio que aúpan los personeros del gobierno. Quiere paz, tranquilidad y entendimiento. Quiere libertad, mejorar los niveles y distribución de los ingresos, alcanzar la estabilidad económica. Eso es lo que espera la gente, y hay que conseguírselo.

Hay que detener la campaña de terror, de esta lógica de guerra impuesta por el chavismo. La cual divide a los venezolanos en camaradas y enemigos. La misma genera el odio y genera violencia. Por el contrario, la población quiere paz para tener una vida sosegada.

Todo proceso político necesita aglutinar y movilizar a los partidarios, conquistar adhesiones; para ello es necesario la creación de símbolos, eslogan, emblemas que interpreten el sentido de lo político y sean capaces de movilizar a la población. Para que esos símbolos cumplan con eficacia su objetivo han de corresponder a los requerimientos de la gente y al del estado de ánimo colectivo.

Sin embargo, no es suficiente con tener ideas, acuerdos y símbolos, elementos fundamentales para movilizar a la población, sacarla de su apatía e indiferencia. Es indispensable llegar físicamente a la gente, reunirse y conversar con ella, encarnar la presencia y el contacto humano de los acuerdos y símbolos. Para eso es necesario estructurar una organización de cooperación eficiente que llegue a todas las comunidades, y esto está lejos de realizarse todavía.

LA LÓGICA ROTA

Desde hace un tiempo atrás en Venezuela se ha impuesto la lógica de lo incorrecto, el no distinguir lo bueno de lo malo, el no distinguir lo correcto de lo indebido. Se ha impuesto la lógica rota.

Para entender este fenómeno veamos un ejemplo, en estos días un conocido me estaba comentando sobre la situación económica que padecemos en el país: la devaluación diaria de la moneda y lo que ello conlleva para quienes solo tenemos la moneda nacional, y no poseemos los soñados dólares.

En medio de este y otros comentarios en contra del gobierno nacional de pronto me dice que a su esposa, quien imparte tareas dirigidas a un grupo de niños de primaria, la madre uno de estos niños le dijo que le iba a pagar la mensualidad en bolívares porque en ese momento no tenía dólares. A lo que la esposa de este conocido le respondió a la madre del niño: “No. Nuestro acuerdo es que me pagues en dólares. Ese es nuestro acuerdo y me tienes que pagar en dólares”. Asunto, por demás, que el conocido compartía plenamente con su esposa.

Esta actitud tiene dos vertientes contrapuestas. Por una parte, nos quejamos y rechazamos furibundamente lo que el gobierno nacional con sus acciones perversas hace contra nosotros, contra la población; por la otra, nosotros actuamos de la misma manera que actúa el gobierno nacional en su acción de convertirnos cada día en unos miserables. Somos una imagen especular de la política chavista.

En una lógica correcta y en una adecuada actitud humana, uno tendería a pensar que en el relato anterior podría haber imperado una mínima comprensión y cooperación humana, para tener empatía con la situación que esa madre estaba pasando en ese momento en particular. Pero, no. La persona que cuestiona las acciones de los socialistas es tan punitiva y perversa como los actuales gobernantes.

Así estamos actuando y nos parece que es la manera correcta. Esto es así, porque lo que estamos tratando es de sobrevivir a costa de los demás, sin importarnos cuál es la situación general y ajenos a toda cooperación. Sólo nos importa nuestra particularidad. Una actitud ¿Egoísta? Considero que no. Es más bien una actitud aún más básica y primitiva, es una condición reptiliana. Dirían los que les gusta hablar del cerebro triuno.

Estamos al nivel de los réptiles y organismos básicos. Nos estamos moviendo a partir de los instintos básicos: supervivencia y reproducción. A eso hemos llegado. No por culpa del gobierno chavista, sino por nuestra condición rastrera. La cual hemos elegido. Hemos Tenido esta condición incubada en nuestro ser, solo ha hecho falta el detonante para que ella aflorara.

En la condición de réptil, Platón diría volitiva y apetitiva, la razón reflexiva no tiene cabida. Solo tiene cabida la razón instrumental que busca como las maneras de aprovecharse de los demás, en ésta la condición humana ha sido excluida de nuestro comportamiento y de nuestro hacer. Es el triunfo de la barbarie, en el territorio de la perversión. Es el triunfo de la revolución sobre el pensamiento, de lo perverso sobre lo humano.

Nos quejamos del presidente, de los enchufados, de los ascendidos, de los chavistas, en general. No obstante, somos peor que tales, porque hacemos galas y nos ufanamos de ser diferentes, de ser inmaculados. Sin embargo, solo somos como decía aquel poema del poeta Nicolás Guillen “Digo que yo no soy un hombre puro”:

“Sin embargo,

creo que hay muchas cosas puras en el mundo

que no son más que pura mierda”

Esa es, en verdad, nuestra condición actual. Somos un Leviatán, en el decir de Hobbes. Unos forajidos y miserables que nos pavoneamos de ser civilizados. E incluso muchos se la dan de ser cristianos de corazón. Lo que somos es la materia inerte y amorfa de lo que una vez fue ser humano.

No hemos convertido en lumpen. Aunque nos resistamos a admitirlo. Aunque nos echemos agua de colonia y pensemos en París. Dejamos de ser una sociedad, sin darnos cuenta. Ser humanos se nos escurrió entre los dedos. Lo que habitamos es una cloaca y estamos felices en medio de este detritus.  

Cerdos y diamantes. Por allí va nuestra actual definición. Unos villanos de caricatura. Unos criminales honestos, en el mejor de nuestro comportamiento. Nos hemos corrompido a puertas abiertas y con consciencia de nuestra propia voluntad. Pervivimos en la sinrazón, y estamos a gusto en ella. Enajenados andamos, sin rumbo y sin puerto. Perdidos en la desesperanza del cada día.

Cada día nos vamos convirtiendo en orcos, en seres de un submundo, porque eso es lo que hemos elegido vivir. Solo en espectros nos hemos convertido, eso somos en la actualidad. Tratamos de devorar al otro, y para ellos encontramos todas las justificaciones posibles, para estar en paz con nuestra desmenuzada conciencia. 

Guiñapos de humanos, más bestias que hombres, ha eso hemos llegado. Nos devoramos con saña en el día a día. Seres rapaces que buscan destripar al otro. Carroñeros del tres al cuatro. Miseria somos. Damos dentelladas a diestra y siniestra por sobrevivir, por tener un poco de lo que el otro tiene.

Somos secuaces, pandilleros de aquello que tanto criticamos. Estamos extraviados de nuestra naturaleza. Vivimos intensamente la lógica rota, al no saber ni querer distinguir lo correcto de lo incorrecto, lo bueno de lo malo, lo adecuado de lo indebido. Nos hemos cegado en la avaricia y en la patraña, en la menesterosidad del vivir. Posiblemente como los Buendía, no tengamos otra oportunidad en esta tierra sin gracia. Porque así lo hemos elegido a plena conciencia y lo evidenciamos con nuestras acciones impúdicas. Pues, para el ser humano normal, el mal no es fácil de reconocer y mucho menos de entender.

ECONOMÍA CASERA

Si usted es un individuo que cobra y paga en bolívares, bien llamados soberanos por el último gobernante, usted no existe. Y no existe porque es un Don nadie. O en otros términos, es un soberano y rolitranco de pendejo. En este status está inmersa la mayoría de la población. Además, sin miedo asuma esa condición, que aunque usted no quiera en ella está.

La economía casera para el “bolsa”, entiéndase pendejo de marras, que tiene bolívares funciona más o menos así. El precio de los productos en bolívares sube de la mañana a la tarde y el bolívar vale menos en el mismo lapso de tiempo. Si un producto vale, en bolívares, un millón en la mañana en la tarde vale un millón y medio. Esto quiere decir, que el bolívar vale medio millón menos en la tarde de lo que valía en la mañana. Esto es sencillo de sentir, porque es vivir en el vacío.

Los productos suben de precio y el bolívar vale menos. La brecha de la miseria es cada vez mayor y eso se produce en solo unas horas socialistas. Así de sencillo. Por eso quien tiene bolívares que no vale nada, ya que solo es poseedor de una mera ilusión. Una moneda que es un fantasma de cuarta categoría, en el mejor de los casos.

El pendejo que tiene bolívares está en un dilema, como aquel burro de Buridan o tal vez en peor condición que ese animal. El infeliz, el venezolano no el burro, primero, no puede gastarse todos los bolívares el mismo día previendo evitar la devaluación, porque se quedaría más “limpio” de lo que ya está y porque piensa que no tendrá nada en el bolsillo para mañana. Segundo, el mismo infeliz, si conserva los miserables bolívares, éstos terminan valiendo menos por la devaluación y como valen menos tendrá menos bolívares en el bolsillo. Hay que agregar que como le cobran en dólares, él siempre pagará más que aquellos que tienen dólares en su bolsillo.

La conclusión, por donde se mire, es que está jodido. Y esta es la realidad de la mayoría de la población. O nos agarra el chingo o el sin nariz, no hay escapatoria. Lo bueno de la situación es que no está ni entre la espada ni la pared, sino entre la aplanadora y el abismo. Y al igual que el burro de Buridan, en algún momento se va a morir o de hambre o de sed, no tiene otra no hay escapatoria. Ese es su destino en la economía socialista.

Está el otro pendejo que tiene unos cuantos dólares, un sencillito. Que le llegan a sus manos sin saber de dónde y tampoco le interesa saberlo; y es mejor así, no vaya a hacer que se meta en un serio problema por estar preguntando ¿De dónde salen actualmente esa cantidad de dólares? Este ha pasado de opositor a financiar al gobierno nacional, lo está manteniendo gracias al dólar. Gracias, les manda a decir el gobierno.

Este otro pendejo tiene algunos dólares, unas migajas, por supuesto; y se los gasta a espuertas pensando que tiene la vida resuelta de ahora en adelante. Ha resuelto sí momentáneamente su vida. Pero desgraciadamente toda burbuja revienta, ya que la criminalidad honesta no está para mantener a un país. No es esa su función.

Ambos están en el mismo bando sin saberlo. Pero uno mira con desprecio al otro, porque el otro es más miserable porque no tiene los ansiados dólares para pagar sus penurias. Migajas aquí, migaja allá. Así se ha ido conformando el año 2020 venezolano.

Si usted tiene que pagar en bolívares porque gana en bolívares no se preocupe, trate de no vivir. Es la única solución que ofrecen los socialistas en este mar de la felicidad. Aplique la máxima “don’t worry be happy”. No le queda otra. Para que vivir en la desesperación, si el final está a la vuelta de la esquina y en cualquier momento llega. Me refiero al final de su vida individual.

Olvídese y sea indiferente a todos estos perversos que lo han hundido en la miseria socialista. Viva lo que pueda vivir, si esto se puede llamar vivir. La naturaleza no ofrece consuelo, pero si se puede contemplar. Aproveche y mire el paisaje si le queda alguno cerca.

Las escuelas post-socráticas nos legaron mucha sabiduría. Entre éstas tenemos la estoica, la cínica, la escéptica, la hedonista y alguna otra que se me olvida en este momento. Escoja alguna de ellas o mézclelas sin ningún prurito y viva según los preceptos de ellas. Le darán algún beneficio.

No le haga mucho “coco” a los decires económicos porque usted no puede hacer nada. Viva su miseria como mejor pueda, no le queda otra. Tampoco oiga ni vea las cadenas nacionales porque no le van aportar nada. Aunque le digan que estamos bien y vamos mejor.

Tiene bolívares trate de vivir con esos miserables que tiene, no son mucho ni le alcanzaran para nada. Pero es todo lo que tiene. Para quienes creen en la providencia siempre tendrán la esperanza que hay un Dios allá arriba. Y esa es una buena forma de consolarse, para ir pasando los días.

Volviendo a la economía casera venezolana esa es la realidad y no hay que explicarla mucho, porque quien la vive no necesita que se la expliquen. Para qué explicarle lo qué es el hambre a quien la padece. Es absurdo. La realidad supera cualquier explicación sesuda.

Usted que creía que iba a salir de abajo con esa llamada “dolarización” se ha dado cuenta que está más hundido que antes. Porque todo se ha hecho inalcanzable. Quien tiene unos cuantos dólares creía que podía comprar muchas cosas a la vez, pero resulta que quien vende quiere más dólares de los que usted tiene en el bolsillo. Ninguno de los dos es tan pendejo como para dar algo por nada.

La nube dorada de la “dolarización socialista” ha resultado ser una pesadilla, y de las buenas. La verdad es que estamos mal y vamos peor. Esa es la realidad y la realidad no produce buenas ilusiones, porque solo es realidad. Y así vamos muriendo con esta economía casera planificada desde lo más alto del ideal chaveco.

COMPRANDO EN EPA

Hoy fui a comprar tres cositas que necesitaba desde hacia tiempo atrás, e iba de lo más contento tarareando aquella canción de Felipe Pírela “pobre del pobre” cuando llegue a la caja.

Ahí la cajera me preguntó:

—¿Cómo va a pagar?

Ahí se me aguaraparon los ojos y se me salieron las primeras lágrimas. Y con voz compungida y temblorosa le dije:

—Con “soberanos”.

La muchacha me miró con lastima. Y tenía razón. Porque todos estaban pagando con dólares y en efectivo. El único miserable que estaba pagando con bolívares era yo. Tenía razón Víctor Hugo en aquella su novela.

La muchacha, en un intento de consolarme, me dijo:

—No se preocupe, así es la vida. 

Llorando y con desconsuelo pagué lo había comprado.

Agarré el medio metro de cable número 12 y el tomacorriente que había comprado. Y la factura que tiene 15 días de vigencia, para que no se me olvidara; por si tengo que hacer alguna devolución. Así son las esperanzas del pobre.

Metí todo en la bolsa de tela que llevaba, porque no me alcanzaba para pagar la bolsa de EPA.

Y ahí me vine cantando la canción de Felipe Pírela.