COMUNISTAS DE MEDIO PELO

Como a todos los comunistas de medio pelo al gobierno nacional le molesta cualquier observación y crítica que se le haga a su nefasta gestión. Al mejor estilo stalinista, de una vez, empieza a llamar “traidores de la revolución” a cualquiera que ose decir algo en contra de la sacrosanta administración comunista.

Estos comunistas gobierneros de medio pelo han llegado a resucitar a la muy muerta doctrina marxista-leninista, que es más obsoleta y arcaica que la piedra de machacar ajo. Estos la esgrimen como si fuesen el non plus ultra de la política mundial.

El gobierno nacional ha venido solapada y abiertamente aplicando purgas al estilo soviético, y las mismas han pasado por debajo de la mesa. Ha ocurrido de esa manera porque a diferencia de la literatura y el cine, las purgas se hacen en la cotidianidad y en lo trivial del diario vivir. Las mismas pertenecen a la banalidad del mal y pasan desapercibidas hasta que tocan a alguien en particular.

La practica gubernamental de la purga comienza con la descalificación del oponente, porque al sembrar la semilla de la desconfianza y afincarse en la pérdida de la credibilidad de la persona abre el camino hacia la fuerza y el terror. Por eso, hace uso permanente de la descalificación, por ejemplo, “izquierda trasnochada” recientemente mentada por el presidente.

No ha llegado aún a tratar a su propia izquierda de «pequeños burgueses», pero le falta poco. La aplicación de la fuerza vendrá después que la descalificación cale entre los votantes del chavismo. Pues, así se abren todas las posibilidades de asegurarse que las acciones represivas son por el bien de la revolución. La cual es sagrada y no se puede mancillar.

Por supuesto, obviando que en esta revolución los únicos que están gordos son ellos. Ya que se pueden permitir comerse, cuando quieren, un buen churrasco mariposa, término medio preferiblemente. Esa es la verdad. Y nadie puede comentarla porque se gana el remoquete de traidor a la causa revolucionaria. Están aplicando el mismo guión que se siguió en el comunismo soviético y en los demás comunismos impuestos. Esto les da resultado porque la miseria, en que han hundido a la población, ayuda a no pensar.

Envilecen a la población, la someten al estado de necesidad permanente para así acabar con cualquier disidencia. Para que nadie se atreva a no cargarle la mona y se aguanten sus sinvergüencerías. El que se oponga será vapuleado primero por el discurso mesiánico del comunismo ramplón, después vendrán las bofetadas.

Como el gobierno nacional ya no tiene enemigo. Pues no hay oposición. Y como dice Umberto Eco siempre es necesario inventarse un enemigo. El gobierno, en este momento, tiene como único enemigo a la misma izquierda que le reía los chistes al comandante y aplaudía los desmanes.

Por esa razón, ha comenzado la magna cruzada de la “misión sapo”. La denuncia del camarada que está en la cuerda floja, que aplaude con poco entusiasmo y no le ríe el chiste al mandatario. Al que le entregan la caja clap y no se arrodilla a dar las gracias; al que pone cara de pocos amigos cuando comienza la cadena nacional.

No muy buenos tiempos se avecinan para esos izquierdistas que creyeron y creen en el discurso mesiánico, que siguen aferrados a la espera del mesías. La verdad es que esto ha sido puro teatro. El enemigo actual del gobierno está a la mano y muy bien identificado. Es la izquierda. Por eso el mandatario ha dado la orden de denunciar al socialista y al comunista traidor por el nombre y el apellido, para que no haya duda.

El dedo acusador apunta directamente al rostro. Esa es la orden y sobran quienes la llevaran a cabo. Los denunciadores están a la orden del día. De eso viven. El confidente, el sapo, el cooperante, como se llama ahora, vive de la carroña. Ahora que es orden presidencial se dará banquete.

No se quejen, socialistas y comunistas, cuando les lleguen en la madrugada y no le toquen la puerta, lo demás sí. Sería bueno que estos antiguos acólitos del chavismo lean “El cero y el infinito” de Arthur Koestler. Porque ahí está el guión que se sigue y seguirá, éste no ha variado en nada.

En ese libro esta reseñado lo que viene. No digan que no lo sabían o que esperaban algo diferente. Recuerden que la inocencia se acabó con Auschwitz, eso hay que tenerlo muy presente. El discurso chavista está dirigido a rememorar y a ejecutar, de la mejor manera posible, las practicas aplicadas en los ya caídos gobiernos comunistas.

De eso hay práctica y ejecutores con mucha experiencia. Las purgas están servidas a la carta y en diversas muestras. Y nada de eso se publicará. Porque quienes van a ser purgados aplaudían la censura sobre aquellos que ofendían a la revolución. El dicho dice que la salsa que es buena para la pava también lo es para el pavo.

El enemigo está identificado y ubicado eso lo saben, sino están pasados de tontos. Solo les están pidiendo que se pongan rodilla en tierra, eso sí, las dos. La orden es clara. Si no la han entendido es porque están pensando en pajaritos preñados y elefantes rosados.

No habrá mesías que los salve, esta vez no. Ya lo dijo, todo es por su bien. Se los dice a cada rato. Después no se quejen. Ese es el comunismo de medio pelo. Obtuso y cruel.

NO HACER – DEJAR HACER

La política, si se puede llamar así, del gobierno de Maduro Moros es “no hacer y dejar hacer”. Es el hacer del perezoso, esto es, no hacer nada en lo económico, en lo petrolero, en lo político, en lo social y así en cada asunto que le compete al ejecutivo nacional. En eso se basa la misión y visión de este gobierno.

La población se dio cuenta de esta situación y por lo mismo, a partir de la segunda mitad del 2019, se olvidó tanto del gobierno como de la oposición por igual. Se dio cuenta que para sobrevivir, a su miseria, necesitaba agarrar las riendas de su propio vivir, sino iba a perecer ante la desidia de tanto político chambón. De ese momento que comenzó a traficar y negociar con los billetes de un dólar. A finales de ese mismo Maduro Moros, en entrevista con Rangel y posteriormente con Ramonet, anunció que estábamos viviendo en tres ámbitos monetarios, omitiendo decir que eran tres ámbitos monetarios y una misma miseria, y ancló perversamente los precios de todos los rubros al dólar.

Maduro Moros asumió el uso del dólar como un hecho consumado de la política gubernamental, cuando en realidad ya era algo venía sucediendo por motus proprio de la gente. Esto es un ejemplo del no hacer nada. En ese momento algunos sabiondos, que nunca faltan, dijeron que “eso es lo que tenía que hacer” que “no tenía otra”. Es decir, la única medida económica posible en todo el espectro de la ciencia económica era abrir las puertas al dólar. El cual había sido maldecido y vilipendiado, hasta el cansancio, por el mismo presidente en diversas cadenas nacionales.

Lo que se confirmaba, en ese momento, era la aplicación de la política de “no hacer y dejar hacer”. Pues la población tenía rato transando con los dólares, lo que hizo el presidente fue confirmar su uso como parte de la inoperancia estadal. Nunca planteó la posibilidad, ni remota, de estructurar y llevar a cabo una política económica para la nación, aunque algo así debe ser herejía para los chavistas. Bueno, el presidente redentor cada año anuncia que el próximo será el del despegue y la bonanza económica.

Si uno pone atención a lo sucedido en los años de este gobierno o, mejor dicho, de los gobiernos de Maduro Moros puede corroborar la política del “no hacer”. Siempre hace anuncios cuando ya la avalancha se ha llevado a la población por delante. Es más fácil no hacer que hacer, esto es verdad. Si  no se hace nada nunca se cometen errores, y para los mesiánicos los errores no existen. Estos solo son posibles en la oposición.

Un gobierno conducido con la visión y la misión del no hacer le resulta fácil echar la culpa a los demás. Solo espera que las cosas sucedan para decir algo. Está el gobierno como el perezoso que echado en la hamaca ve venir una araña desde el techo y pregunta: ¿Mamá que es bueno para la picada de araña?

Así funciona el no hacer del siglo XXI, echao en la hamaca de la desidia ve transcurrir la hecatombe nacional. Junto a este “no hacer”, el gobierno propicia “el dejar hacer”, que no es nada más que la impunidad y desarrollo galopante de la corrupción y del sálvese quien pueda y cómo pueda.

Tomemos un ejemplo cotidiano, si en un sector de cualquier ciudad o pueblo se va el servicio eléctrico, de agua o telefónico por la avería que sea; la gente afectada tiene que sacar de su bolsillo para pagarle a los obreros que van a reparar y restaurar el servicio, está obligada a hacerlo para que los obreros hagan bien y diligentemente el trabajo. Incluso los obreros piden “la colaboración”. Así como aquellos que antes pedían “pa’l fresco”.

Ya no se pide “pa’l fresco”, ahora se pide en dólares. De lo contrario, no hay ninguna garantía que la avería sea reparada ni el servicio restablecido. La población paga por el servicio y por cualquier daño que se produzca en la vía pública. Y tienen que ser en dólares “porque con un dólar ya no se puede comprar nada”, este es el nuevo slogan. Entonces, ¿cuál es la protección a la población que promulga el gobierno?

Esto es una muestra menor e inocente de la impudicia que propicia la política del “dejar hacer”. Solo hay que preguntar para enterarse de los múltiples cuentos a este respecto. Y no importa si el servicio es público o privado, lo mismo se aplica para ambos.

El “dejar hacer” solo se concentra en el hacer corrupto y corruptor. De esta manera, quien tiene una pequeña cota de poder la ejerce sobre el pendejo que está necesitado. No importa si el pendejo tiene plata o no. Lo mismo le da, mejor si tiene plata porque así le puede sacar más. El dejar hacer no es una premisa de libre mercado, es la impunidad en un sistema corrupto.

Esto no es casual ni fortuito. Si el gobierno no lo ha propiciado a propósito, se ha aprovechado de cada circunstancia para sacarle punta para su provecho. Porque le permite preservar el estado de terror y sumisión sobre la población, que es el objetivo último de la estructura totalitaria. No importa si la nación está hundida y paralizada, lo que al gobierno le importa es seguir en el poder. Ese es su único propósito.

Por tanto, la política de “no hacer y dejar hacer” no es inocente. Y repito, si no la han propiciado ellos la han aprovechado para someter a la población. Porque cómo entender que la parálisis de un país se haya convertido en un hecho normal. Somos una nación incapacitada y lo vemos como lo más normal.

Ya nos acostumbramos a comer mal, a vivir mal, a ver largas colas en las bombas de gasolina, a que los precios suban cada día. Esa es nuestra normalidad. Es la normalidad de la política gubernamental, a ella nos ha acostumbrado. La vemos como algo que es así y que no puede ser de otra manera.

“Que no se puede hacer otra cosa”. A esa hemos llegado, y ha sido fácil llegar  a ese estado porque desde el gobierno se promueve tal creencia. Se hace ver como que es la única posibilidad que existe. Todo lo demás está negado. Cualquier intento de proponer algo diferente es visto, por el gobierno, como inherencia a su política. Y, por tanto, rechazado de la manera más grosera posible.

La política nacional se centra en el “cómo va viniendo vamos viendo”, que es otra forma de decir “el no hacer y dejar hacer”. El gobierno apuesta su permanencia en el poder a que esta política continúe dándole buen resultado. La incompetencia y la desidia hasta ahora le han dado buenos beneficios; seguirá haciendo uso de ellas hasta donde pueda y le alcance la cobija.

RUIDO Y SILENCIO, EL DISCURSO CLAROSCURO

Al perderse el significado originario de las palabras no sabemos distinguir en el discurso lo claro de lo oscuro. Así aquellos que están dedicados al control cultural disponen e imponen de lo qué se debe hablar y de lo qué se debe callar. Por eso cualquier palabra se convierte en la invitación solapada o abierta a hacer desaparecer todo acontecimiento, toda noticia y toda crítica que moleste a los gobernantes, esto es, cada palabra se convierte en el símbolo de la censura.

Ante lo mudo que se resguarda en los calabozos, está el ruido. Ese ruido que nos hace creer que lo conocemos y sabemos todo; que aparenta ser la celebración de la visibilidad, de la popularidad alcanzada a través de la absoluta transparencia y donde la aparición pública se califica de excelente, en lo antes era considerado indecoroso.

Estamos, en este sentido, ante dos formas de censura. La primera, es la censura clásica que se da a través de la imposición del mutismo al imponer la mordaza, el encarcelamiento y el ostracismo. La segunda, es la censura del ruido, del acontecimiento público y abierto que se resalta en demasía en la televisión y las redes sociales; esta es la censura como espectáculo, la cual propaga la aparente noticia, porque las cosas estimadas como más reales son las menos reales.

Los sistemas totalitarios entienden, en la censura clásica, que las conductas aberrantes —que son siempre las que critican su hacer— se potencian cuando los medios de comunicación informan de ellas. De allí, que tales sistemas impidan mencionar toda información que mencione a estos aberrantes y sus actividades, obligan al mutismo para que no se multipliquen este tipo de conductas. Esta es su lógica.

Como los autócratas consideran que siempre tienen la razón, todo se convierte en una profecía auto-cumplida porque las redes de comunicación han hablado de ello. Así, la especulación, la corrupción, el desabastecimiento, la deserción, la migración, el malestar social, son acontecimientos inventados por los medios de comunicación y las redes sociales. La lógica es que una noticia de un acto de corrupción en la empresa petrolera provoca otros actos de corrupción. Es la noticia la que provoca la corrupción, no el sistema corrupto y corruptor. Por tanto, hay que silenciar toda información.

La censura del silencio considera que para evitar crear conductas aberrantes hay que impedir hablar de éstas. Hay que silenciarlas. La censura del ruido, por el contrario, considera que para que no se hable de conductas aberrantes hay que hablar muchísimo de otras cosas. Atienda el lector a las cadenas presidenciales venezolanas desde 1999.

La censura del ruido funciona de la siguiente manera: si nos enteramos que mañana los periódicos y las redes sociales van a hablar de una fechoría que hemos cometido, la cual nos acarreará muchos perjuicios, lo primero que hacemos es armar un escándalo mayúsculo sobre cualquier otra cosa. Con este escándalo evitamos que en las redes sociales y periódicos se haga mención de nuestra fechoría o se trate la misma como un asunto menor y sin importancia.

Las redes  sociales y la prensa estarán ocupadas por el escándalo que hemos armado, y nuestra fechoría personal acabará en los lugares menos leídos y más apartados de la web. Quién sabe cuántos escándalos han sido estelarizados para hacer desaparecer o minimizar un acontecimiento de verdadera importancia. El escándalo es un ruido estruendoso que reduce al silencio todo lo demás, por eso funciona como censura del ruido.

La censura del ruido funciona como una distracción para que no veamos lo que es real, lo que es importante, lo que está sucediendo en realidad. Es una caja de ilusiones fundada en la máxima de que si hay una mala noticia invéntate una peor. Es el ruido como cobertura y censura. La ideología de la censura del ruido se expresa de la siguiente manera: de lo que hay callar, es mejor hablar muchísimo.

Las redes sociales, actualmente, son el ejemplo rey de esta técnica. Están repletas de componendas conspirativas de alienígenas, de fenómenos inexplicables, de rupturas amorosas en el vecindario, esto es, de sucesos intrascendentes y triviales relegados al chismorreo de la esquina y a las páginas del olvido. Pero se hacen aparentemente importantes para desviar la atención sobre un acontecimiento vital. Como el trío de ladrones, donde uno o dos nos distraen para que el tercero nos robe la cartera.

Esas banalidades sirven para llenar páginas y más páginas en internet, así pasamos por alto lo que ha callado realmente la información. Las cadenas presidenciales chavistas son un buen ejemplo de esto, el presidente habla sobre lo que sucede en Brasil, Colombia y Estados Unidos y una mínima porción o nada sobre lo que realmente sucede en Venezuela.

Tales cadenas, desde Chávez Frías, han sido un desmesurado cotilleo y un exacerbado menudeo de sandeces, donde no se dice nada relevante sobre la situación real de la nación. En últimos años no hubo alimentos, pero el presidente en sus cadenas entregaba con mucho ruido el apartamento 2 millones y tanto, sin nunca hacer mención la situación reinante. Lo mismo sigue sucediendo en la actualidad.

Por otra parte, asistimos al discurso-espectáculo político plagado, a la manera stalinista, de complots, boicots y atentados casia diario, sin que se haga mención de los problemas reales que abruman a la población. En la censura del ruido, los chavistas resuelven todo con el espectáculo del atentado y el boicot, que van desde que se quemó el bombillo del alumbrado de la esquina hasta que no hay gasolina a nivel nacional. En esto lleva la voz cantante el gobierno, porque tiene todos los medios a su disposición para montar el espectáculo aplicando así la censura del ruido.

Escándalos aquí y escándalos allá, de eso vive permanentemente el gobierno en su censura. Los mismos tienen la función de hacer que la avalancha de pseudo-información se vuelva tan ruidosa que ya no prestemos atención a las cosas que son en verdad importantes. Es una ingeniería inversa. En vez de callar, se practica la verborrea. El que más ruido haga tiene las de ganar.

Lo bueno del ruido es que cuanto más fuerte es, menos caso se hace a lo que se dice. Más cadenas presidenciales menos atención se presta a éstas. Tal verborrea sirve para hacer “viral”, en las redes sociales, cualquier estupidez. Y así se silencia lo importante.

Para hacer ruido no solo es necesario inventar boicots, complots y atentados. También se pueden difundir noticias verdaderas pero irrelevantes, con el propósito de crear una sombra de sospecha sobre alguna persona o institución, por el mero hecho de nombrarla. En este caso, prevalece el “cómo se dice” sobre lo “que se dice”. Al dar una noticia verdadera pero irrelevante con la intención oculta de estar aludiendo a algo inconfesable, ésta deja una duda y una impresión de incertidumbre. Ya que una noticia irrelevante pero verdadera no se puede desmentir.

Muchos comenten el error de insistir en una noticia relevante. Si hubiesen hablado sobre lo irrelevante pero con sorna, tal vez hubiesen tenido más fortuna haciendo una serie de insinuaciones y de miradas oblicuas. Porque el hecho demasiado relevante puede ser contestado, mientras que la acusación velada y socarrona no puede ser respondida.

El ruido como censura no necesita transmitir mensajes interesantes; entre más irrelevante mejor, porque un mensaje que se va superponiendo a otros termina por hacer mucho ruido. El estruendo se asume para que éste haga una redundancia, un eco excesivo. Lo importante es hacer mucho ruido y no decir nada importante, para esos están supuestos velados. 

La censura del ruido hace una alharaca  intensa y martilleante, nutrida por el mismo mensaje que ya todos conocemos de memoria y al cual no le prestamos ninguna atención. La función del ruido es doble: por una parte, reitera lo ya dicho miles de veces, la misma cantaleta; por otra parte, impide que nos demos cuenta de que no podemos hacer ningún razonamiento sobre ese discurso debido al ruido que produce.

Lo importante para el censurador es que no nos interese ni entendamos lo qué él dice. Por eso siempre hace el mismo discurso generalizado, el cual sirve para difundir la misma idea vacía. El discurso-ruido tiene la función de solo hacer recordar lo trivial, no lo importante. Intente el lector recordar y pensar en las cosas importantes que dijo el presidente en su última cadena, si es que la viste. Lo más probable es que no. En todos los casos, el ruido siempre reemplaza lo importante.

En las redes sociales, la mayoría de las veces, se da el máximo del ruido posible asociado éste a la nula información. Si recibimos alguna información no sabemos si es fidedigna y no nos interesa si lo es o no; ya que, por lo general, permanecemos anclados a una página que nos gusta, la cual consideramos fidedigna.

Todo discurso del ruido supone una intención censoria. La censura del ruido se funda en la creación de escándalos que llaman mucho la atención y no dicen nada. Son un “pote de humo”. Donde el exceso de información se traduce en mero ruido, en un no pensar. Esa es la idea de tal censura.

En la pausa del silencio se produce el rumor, como único medio de información. Todo pueblo oprimido consigue a través del rumor hacer saber todo lo que sucede. Por eso al perderse la condición del silencio se pierde la posibilidad de captar la palabra a media voz, que es el único y muy fidedigno medio de comunicación. Por eso ahora se usa tanto la censura del ruido como contra parte del silencio. La verborrea se ha hecho fundamental, porque excluye el pensar. El pensar necesita del silencio.

Debemos plantearnos volver al silencio para nos sea posible el pensar. Encarar la función del silencio como medio para comunicarnos con nosotros y los demás. La pausa de silencio nos permite pensar y evita el aturdimiento del ruido. Tal vez así podemos volver a ser personas y ciudadanos.