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Desde hacía días me estaba rondando por la cabeza echarme un corte de pelo, el último que me hice fue hace tres meses atrás en el día de La Chinita. Esa idea me rondaba por la cabeza de nantes que me echara ese vainón la inundación del rancho, eso me dejó todo cachicorneto ppr unos días; pero ya la experiencia de la Serenísima lo conté antes.
Pasada la inundación uno y la dos, y esperemos que no haya la tercera. Me dije: esta semana que entra me echó un corte de pelo. Esa vaina de andar con esas greñas hay que solucionarlo, ni los Rollings Stone ni The Boss usan el pelo, y eso que tienen plata para comprar Champú; ahora yo que no me alcanza ni para comprar un jabón azul.
Que ando cuando una mano adelante y otra atrás. Me la paso buscando medio para completar el real y medio.
—Esa vaina se acabó, me dije. El lunes me desperté por ahí a la nueve de la mañana, porque esa vaina de levantarme temprano no lo vuelto a hacer. Esa fue la causa principal de la inundación.
Bueno, me levanté; puse a cocinar unos fríjoles que había dejado remojando del día anterior mientras me echaba una aguíta para despegar la mente y el cuerpo. Porque salir a la calle sin bañarse ya esa vaina es de marginal pa’lante. Un buen baño, me vestí, miré los fríjoles y los apagué.
Como esta semana es la cuarentena activa hasta me acerco a Chacao a ver si consigo la T, como me dijo el plomero que la comprara. Había pensado en ir a Chacao, porque había preguntado en Casa Caby por la T y me pidieron 10 dólares por el pecho; si llegó a pedir el abecedario completo mínime tengo que quedarme a trabajar como esclavo en esa ferretería.
Cuando cruce la esquina de la Casanova, me acoré que cerca de la plaza Las Delicias está la Canaria, me dije: —me voy a acercar primero por ahí, y así aprovecho de pasar por el banco y sacar una plática. Porque como tengo que ir para los lados de Magdaleno y San Casimiro a visitar a Sofita, no vaya a ser que estando por eso lados salga un parrando y me ponga a echar un píe con un joropito tuyero. Hay que ser prevenido.
Ese era la primera parte del plan, la segunda era pasar por donde el barbero, en el Cediaz. Cruzo por la Santos Erminy y veo que no hay cola en el banco. Pienso, si no hay cola es porque el banco está cerrado. Es la única manera que no haya cola. Pero qué raro porque esta es la semana flexible. Me voy pensando.
Llego al banco y efectivamente está cerrado, me encamino para La Canaria y a la media cuadra veo que también está cerrada la ferretería. Con varios candados. Hay un motorizado en la esquina y le pregunto:
—Mi amistad, ¿está es la semana radical?
—Así mismo, mi panela. Me respondió.
Que vaina, pensé. Agarro hacía mi izquierda y me vine por la Solano López, esa avenida se convirtió en un rancho. Todas las tascas que había desaparecieron, seguro que los dueños se fueron para su país. Fue lo mejor que pudieron hacer, porque quién se cala este calamar. De punta a punta esa avenida ahora es un barrio.
Me vine caminando rumbo al Cedíaz, cruce en el El Franco o donde era El Franco y atravesé el bulevar. Llego a la Casanova y cruzo hacia el Cediaz, el localcito está abierto y me meto, solo había una muchacha en una bodeguita.
—Buenos días, salude.
—Buenos días, ¿qué desea?
—El muchacho de la barbería, ¿está por aquí?
—No ha llegado, todavía.
—Pero, ¿todavía sigue trabajando en este loca? Él es uno blanquito, así con cara como de andino.
—Sí, pero no ha llegado.
—Bueno, gracias. Hasta luego.
Me vine. Mañana regreso. Me dije. Llegué a la Pequicueva y terminé hacer los fríjoles que había dejado en espera.
Hoy me desperté, por supuesto a media mañana como recomienda Groucho, baño de por medio y me fui a buscar al barbero.
Iba pensando cuánto me iba a cobrar porque desde que llego la vaina del dólar la gente anda con las espuelas largas y amoladas. Llegó a local, bajo los escalones y me meto. Ahí estaba el hombre.
—Buenas, ¿cómo estás? ¿Cómo te ha ido?
—Todo bien. ¿Cómo le ha ido a usted?
—Bien, gracias. Vengo para que me eches un corte de pelo. ¿Cuántos estás cobrando? Pregunté por si acaso.
—Le cobro lo mismo, un dólar.
Me salvé, pensé para mis adentros.
Como yo nunca he visto un dólar, le dije que le iba a pagar en bolívares. Saqué la miserable para que la pasaran por el punto de venta, y la muergana no quería pasar, se resistía hasta que pasó.
—¿Y cómo quiere el corte?
—Vengo, para que me hagas un corte para parecerme a Jhonny Deep.
Aunque por un dólar hay que echarle, pero los milagros existen. Y uno nunca sabe cuando le toca a uno el suyo. Hay que tener fe, eso es lo importante. Ese es el consuelo del pobre.
Claro, con aquellas greñas ya me parecía a Jack Sparrow.
Le expliqué como quería el corte, no podía exigir mucho porque me podía subir la tarifa. Y eso era peligroso.
Yo no sé cuánto es la tarifa real. Lo que yo imagino es que el barbero, que es un muchacho, me ve cara de lumpen y me hace el favor de cortarme el pelo por esa cantidad, que es lo mínimo posible.
El muchacho que es muy fundamentoso, hay que decirlo, se puso a echarle tijera a ese pelo. Corte aquí, corte allá. Hasta fue emparejando el trabajo. Lo cierto, es que me hizo el corte. Y si no me parezco a Jhonny Deep estoy cerca.
Unos brochazos de talco y un poco de perfume por la nuca para rematar la faena, y listo. Salí como nuevo.
Por ese precio ni en Martes, ahora que llegó el Perseverance.