CORTE DE PELO 2021

Desde hacía días me estaba rondando por la cabeza echarme un corte de pelo, el último que me hice fue hace tres meses atrás en el día de La Chinita. Esa idea me rondaba por la cabeza de nantes que me echara ese vainón la inundación del rancho, eso me dejó todo cachicorneto ppr unos días; pero ya la experiencia de la Serenísima lo conté antes.

Pasada la inundación uno y la dos, y esperemos que no haya la tercera. Me dije: esta semana que entra me echó un corte de pelo. Esa vaina de andar con esas greñas hay que solucionarlo, ni los Rollings Stone ni The Boss usan el pelo, y eso que tienen plata para comprar Champú; ahora yo que no me alcanza ni para comprar un jabón azul.

Que ando cuando una mano adelante y otra atrás. Me la paso buscando medio para completar el real y medio.

—Esa vaina se acabó, me dije. El lunes me desperté por ahí a la nueve de la mañana, porque esa vaina de levantarme temprano no lo vuelto a hacer. Esa fue la causa principal de la inundación.

Bueno, me levanté; puse a cocinar unos fríjoles que había dejado remojando del día anterior mientras me echaba una aguíta para despegar la mente y el cuerpo. Porque salir a la calle sin bañarse ya esa vaina es de marginal pa’lante. Un buen baño, me vestí, miré los fríjoles y los apagué.

Como esta semana es la cuarentena activa hasta me acerco a Chacao a ver si consigo la T, como me dijo el plomero que la comprara. Había pensado en ir a Chacao, porque había preguntado en Casa Caby por la T y me pidieron 10 dólares por el pecho; si llegó a pedir el abecedario completo mínime tengo que quedarme a trabajar como esclavo en esa ferretería.

Cuando cruce la esquina de la Casanova, me acoré que cerca de la plaza Las Delicias está la Canaria, me dije: —me voy a acercar primero por ahí, y así aprovecho de pasar por el banco y sacar una plática. Porque como tengo que ir para los lados de Magdaleno y San Casimiro a visitar a Sofita, no vaya a ser que estando por eso lados salga un parrando y me ponga a echar un píe con un joropito tuyero. Hay que ser prevenido.

Ese era la primera parte del plan, la segunda era pasar por donde el barbero, en el Cediaz. Cruzo por la Santos Erminy y veo que no hay cola en el banco. Pienso, si no hay cola es porque el banco está cerrado. Es la única manera que no haya cola. Pero qué raro porque esta es la semana flexible. Me voy pensando.

Llego al banco y efectivamente está cerrado, me encamino para La Canaria y a la media cuadra veo que también está cerrada la ferretería. Con varios candados. Hay un motorizado en la esquina y le pregunto:

—Mi amistad, ¿está es la semana radical?

—Así mismo, mi panela. Me respondió.

Que vaina, pensé. Agarro hacía mi izquierda y me vine por la Solano López, esa avenida se convirtió en un rancho. Todas las tascas que había desaparecieron, seguro que los dueños se fueron para su país. Fue lo mejor que pudieron hacer, porque quién se cala este calamar. De punta a punta esa avenida ahora es un barrio.

Me vine caminando rumbo al Cedíaz, cruce en el El Franco o donde era El Franco y atravesé el bulevar. Llego a la Casanova y cruzo hacia el Cediaz, el localcito está abierto y me meto, solo había una muchacha en una bodeguita.

—Buenos días, salude.

—Buenos días, ¿qué desea?

—El muchacho de la barbería, ¿está por aquí?

—No ha llegado, todavía.

—Pero, ¿todavía sigue trabajando en este loca? Él es uno blanquito, así con cara como de andino.

—Sí, pero no ha llegado.

—Bueno, gracias. Hasta luego.

Me vine. Mañana regreso. Me dije. Llegué a la Pequicueva y terminé hacer los fríjoles que había dejado en espera.

Hoy me desperté, por supuesto a media mañana como recomienda Groucho, baño de por medio y me fui a buscar al barbero.

Iba pensando cuánto me iba a cobrar porque desde que llego la vaina del dólar la gente anda con las espuelas largas y amoladas. Llegó a local, bajo los escalones y me meto. Ahí estaba el hombre.

—Buenas, ¿cómo estás? ¿Cómo te ha ido?

—Todo bien. ¿Cómo le ha ido a usted?

—Bien, gracias. Vengo para que me eches un corte de pelo. ¿Cuántos estás cobrando? Pregunté por si acaso.

—Le cobro lo mismo, un dólar.

Me salvé, pensé para mis adentros.

Como yo nunca he visto un dólar, le dije que le iba a pagar en bolívares. Saqué la miserable para que la pasaran por el punto de venta, y la muergana no quería pasar, se resistía hasta que pasó.

—¿Y cómo quiere el corte?

—Vengo, para que me hagas un corte para parecerme a Jhonny Deep.

Aunque por un dólar hay que echarle, pero los milagros existen. Y uno nunca sabe cuando le toca a uno el suyo. Hay que tener fe, eso es lo importante. Ese es el consuelo del pobre.

Claro, con aquellas greñas ya me parecía a Jack Sparrow.

Le expliqué como quería el corte, no podía exigir mucho porque me podía subir la tarifa. Y eso era peligroso.

Yo no sé cuánto es la tarifa real. Lo que yo imagino es que el barbero, que es un muchacho, me ve cara de lumpen y me hace el favor de cortarme el pelo por esa cantidad, que es lo mínimo posible.

El muchacho que es muy fundamentoso, hay que decirlo, se puso a echarle tijera a ese pelo. Corte aquí, corte allá. Hasta fue emparejando el trabajo. Lo cierto, es que me hizo el corte. Y si no me parezco a Jhonny Deep estoy cerca.

Unos brochazos de talco y un poco de perfume por la nuca para rematar la faena, y listo. Salí como nuevo.

Por ese precio ni en Martes, ahora que llegó el Perseverance.

DE LA SERENÍSIMA A SABANA GRANDE

Desde que comenzó la pandemia, es decir, desde el año pasado, he venido practicando aquella máxima de Groucho Marx de que los ricos se levantan tarde y los pobres temprano. Pero, cómo por la plata baila el perro y el mono decidí, dos días antes del “enamorado day”, levantarme a las siete de la mañana, que es un verdadero madrugón, casi un trasnocho. Con los gallos me iba a levantar, para comenzar un encargo.

La noche antes había puesto la alarma del reloj digital, aunque el pobre es viejo parejo, es de esos de numeritos rojos; lo puse a la hora ya mentada y me largué a dormir como un verdadero bendito. Cuando eché el último ojo eran la una y media de la madrugada y levantarme a aquella hora no iba a ser muy placentero. Pero así es la vida del realengo.

En una de esas abro los ojos y todo estaba claro y despejado.

—¿Qué hora es? Me pregunté sobresaltado.

Miro el reloj y estaba apagado, lo mismo le pasaba al ventilador.

—¿Qué vaina habrá pasado? Pensé. Sin imaginar la vaina que se venía encima por estar de fundamentoso.

Prendo la luz del cuarto y ésta estaba a media carga.

—A vaina hay problemas con la electricidad. Si es solo el edificio, lo menos va a durar el problema es un mes; si no hay dólares. Que es la realidad.

Pero lo de la luz era lo de menos.

Salgo del cuarto y me voy para la cocina.

Y ahí estaba.

Cual Venecia, la serenísima estaba comenzando a ponerse en todo su esplendor. Yo me había levantado a mear como a las cuatro y media de la madrugada y todo estaba bien. Sin embargo, ahora la cocina se había convertido en la pequeña Venezia.

Aznavour cantaba una canción sobre Venecia. Y eso fue lo primero que se me vino a la mente después de la puteada, claro.

“Qué profunda emoción recordar el ayer

Cuando todo en Venecia, me hablaba de amor

Ante mi soledad en el atardecer

Tu lejano recuerdo me viene a buscar”

Con esta estrofa comenzaba el francés su canción. En mi caso la emoción no era de ayer, sino de esa mañana radiante. Y ante mi soledad viendo como manaba el agua de mierda a través de los desagües de la cocina y el lavandero.

—Se jodió la vaina, me dije.

Porque no tenía a más nadie a quien decírselo.

“Que tristeza sin fin” dice otro verso de esa canción, y sin caer en melodramas me quedé mirando aquello que se avecinaba.

Me acordé, que por algún lado, tenía anotado el número de teléfono del plomero. Borbon, se apellida el mismo. Después me enteré que no es de la dinastía de los borbones, porque éste nació en Republica Dominicana y en esta isla creo que nunca ha habido monarquía alguna.

Encontré el número, lo marco y respondió el hombre. Le eché el cuento de lo que pasaba advirtiéndole que no había luz, que no sabía si era un problema solo del edificio o del sector.

—Sin luz no podemos hacer nada, me dijo. Porque el cochino es eléctrico.

Ya yo sabía eso.

—A lo que llegue la luz, le aviso.

—De acuerdo, me dijo.

Llamo a Saúl, para saber qué sabe él de la luz. Me dijo, que se había ido a la cinco de la mañana. Le conté que la pequicueva se había convertido en Venecia con el detritus incluido, por supuesto.

—Saúl, si llega la luz no vayas a prender la bomba de agua. Porque se inunda todo el rancho, le pedí encarecidamente.

—Que vaina. Está bien, me dijo.

Al ratico apareció Miguel y me dijo que el apartamento de al lado tenía luz, porque se había ido en unas partes y en otras no.

Agarré fuerza y volví a llamar al plomero.

—Vengase, que el vecino me va auxiliar con la luz, porque en su apartamento sí hay.

¡Alegría de tísico!

Apenas había terminado de hablar con el plomero, cuando Miguel me gritó:

—Se fue la luz.

¡La puta madre que los parió! Clamé al señor en las alturas.

Vuelvo a llamar al plomero y me contesta la mujer de éste.

—Dígale a ese hombre que no se venga, porque se fue la luz en todo el edificio. Que se aguante. Cuando venga la luz, yo lo llamo.

—Está bien, me respondió.

Es que el pobre siempre tiene grandes esperanzas, de eso vive el pendejo.

La Venecia, como el desierto de Nietzsche,  seguía creciendo poco a poco.

A todas estas todavía no eran las ocho de la mañana. Pues, por puro instinto de pobre yo me había levantado a las siete y media. La cosa no pintaba nada bien ni a esa hora ni para ese día.

Sin luz y con el rancho inundado.

Me eché a la calle a ver qué era lo que pasaba con luz. Media Sabana Grande estaba sin luz; medio bulevar hasta Chacaito estaba apagado. Por allá vi a unos obreros y un camión de CORPOELEC como cazando palomitas. No quise preguntarle nada, para no pasar por viejo metiche y averiguador.

Compré dos canillas, en esas dos se fue la pensión que la tenía aguantada. Porque cómo cocinaba, si la cocina hacia agua por todos lados y no de la bendita.

Todo el día estuve esperando la puta luz y nada. A las tres y media de la tarde llegó. De una, llamé al plomero.

—Ya es muy tarde, me dijo. Mañana, entre ocho y nueve, estoy allá.

—Mañana lo espero.

El hombre está viejo, pensé. En otra época se hubiese venido volando. Pero ni la edad ni los años del chavismo pasan en vano.

Qué iba a hacer. Calarme ese calamar, no había otra.

Temprano le había avisado a la vecina del piso de arriba que el apartamento estaba inundado. Puso los ojos como dos huevos fritos, porque ella ya ha vivido lo suyo con ese mismo problema.

Pasar la noche en Venecia es un lujo que pocos se dan. Pero estar en el trópico con una Venecia de mierda, no iba a ser muy grato.

Llegó la noche y el agua entrando al edificio. Nunca hay, pero estaba vez sí. No necesitaba ni de la bomba, la muérgana, para subir hasta el séptimo piso.

El agua empezó a pasar los límites de la cocina rumbo a la sala, al living room, diría si fuese más fino. Decidí irme a dormir, ya sin ninguna promesa feliz.

A las tres y media de la madrugada me desperté de pronto. Y salí sigiloso a mirar hacia la sala. Mierda, ya el agua se había apoderado de todos esos predios.

Tomé valor, y me dije: —A la mierda, hay que sacar esa agua como sea.

Me vestí, prendí todas las luces, como si estuviese en diciembre y aproveché de prender la radio en una emisora que se llama “La Romántica”. Tampoco hay que ser tan dramático ante la situación. A todo hay que sacarle punta.

Guantes y escoba en mano, empecé a palear la mierda de los vecinos.

Tengo la sospecha de que hay un vecino que recibe varias cajas del CLAP, porque en medio de todo ese detritus había muchas lentejas. Y esas solo las está vendiendo el gobierno revolucionario.

Desde las tres y media de la madrugada hasta las nueve de la mañana, que llegó el plomero, estuve paleando mierda.

A esa hora bajé a esperarlo y el hombre llegó a las nueve en punto. Llegó con la mujer de acompañante, y no es pa´menos por que para salir a la calle y viniendo de La Vega hay que ser guapo.

Arreamos los aparejos para arriba. La vaina no es tan papaya, porque para empezar hay que sacar la cocina que está empotrada en el fogón; ya que la guaya hay que meterla por la descarga del lavaplatos y ésta queda detrás de la cocina. Vainas de las remodelaciones. Ya yo había hecho ese trabajo pujando; pero ya había movido la cocina.

 El plomero sacó el cochino y despegó la tubería. Se fue el agua estancada y todo bien.

—¿Y cuánto es el trabajo? Pregunté con el corazón en un puño.

No había querido preguntar antes por miedo a la cifra. Porque si preguntaba antes que hiciera el trabajo, hasta podía decir que no. Y cómo se vive en medio de ese fangal.

—Sesenta dólares.

—La puta madre, repetí. Mientras trataba de implorar al cielo.

—¿Me va a pagar en dólares? Me preguntó.

—Sí tuviese dólares estaría, en este momento, en Marruecos, le dije. Tengo bolívares y de vaina. ¿A cómo está el dólar hoy?

La mujer del plomero pelo por el celular, consultó Dólar Monitor, multiplicó y me dijo la cifra que pasaba de los cien millones de simones. O de los soberanos, que pendejos se quedaron.

—Cuando termine de limpiar esto te hago la transferencia, porque yo no tengo teléfono inteligente ni nada de esas vainas. Lo que tengo es un cagajón viejo de computadora.

Bajamos con los aperos y nos despedimos. Le di las gracias por el trabajo pensando en los 60 dólares. Ni un banco ya se puede atracar, porque esos están más limpios que uno.

Subí a terminar de medio limpiar. En esas estaba, ya echando los últimos escobazos cuando de pronto me doy cuenta que el agua está volviendo a brotar de los centros de piso.

¡Coño e la madre!

Volé al teléfono y llamé al plomero.

—Se tapó de nuevo esa vaina.

—¡Cómo! Ya voy para allá.

Bajé a esperarlo, llegó y volvimos a hacer el mismo procedimiento.

A la tubería le vaciamos media presa del Guri. Para confirmar que no se volviera a tapar.

Se fue y me puse a terminar de limpiar lo que había que limpiar.

Esa vaina pasa por querer levantarme temprano. Es como un castigo de Dios por querer cometer esa imprudencia.