LA SPUTNIK

Ayer nos fuimos temprano, a paso de morrocoy ninja, Eugenita y yo, porque el día anterior la habían llamado para notificarle que la habían seleccionado para ser vacunada, que se dirigiera al CDI.

Atravesamos La Cantarrana, en una mañana nublada y brumosa, cuando íbamos por el barrio empezaron a caer unas chispitas de las aguas Zeus, pero íbamos preparados con il ombrello por si acaso, y estuvimos guarecidos.

Cuando llegamos a la avenida principal, ya la leve garua había cesado. Purri Purri iba piano piano, como quien va a lontano. La subidita es leve, pero constante.

Eugenita que ya camina como aquella canción de Piero, “como perdonando el viento”. Pero bueno, íbamos a su ritmo.

Llegamos al CDI y había solo muchachos y muchachas. Preguntamos dónde estaban vacunando y nos dijeron que las vacunas no habían llegado.

—Que la primera combatiente del estado, había mandado el camión para otro lado.

Eso nos dijeron.

Claro, que a uno se le viene la mentada de madre, de una vez.

Nos sentamos a esperar a ver qué pasaba. Al rato a Eugenita le dieron ganas de irse, nos acercamos a la entrada y vimos que estaban montando en un carro una cava, porque iban para Trujillo a buscar las vacunas.

Lo menos que van a regresar es después de mediodía, nos dijimos entre los dos.

—Vámonos me dijo, Eugenita.

A lo que vamos saliendo le pregunto a una muchacha:

—¿Por qué hay tantos muchachos?

—Ellos son de salud, y vienen a vacunarse.

Esa explicaba que los únicos viejos éramos Eugenita y yo.

Nos devolvimos y atravesamos de nuevo La Cantarrana. Eugenita dijo:

—Yo no vuelvo para esa mierda, eso queda muy lejos.

—Eso no queda lejos, le dije. Lo que pasa es que a usted ya no le dan las canillitas.

Por la tarde, me preguntó:

—¿Qué cree usted? ¿Debo ir?

A lo que le respondí:

—Es importante vacunarse, para estar protegido. Y ya que tiene la oportunidad, es lo mejor.

—Bueno, mañana volvemos.

Yo no quise ponerme a hablar mal de los chavistas, aunque ganas tenía y bastante.

Hoy, volvimos al CDI e hicimos el mismo recorrido; por supuesto, a paso de morrocoy ninja.

Llegamos allá, había su gente y un policía controlando el acceso; le dije a éste que a Eugenita la habían seleccionado para la vacuna, él nos dijo:

—Esperen por ahí, que ya la voy a pasar. Aguante un momento.

Eugenita se sentó cerca de la entrada, el policía la vio y le dijo:

—Eso está bien, espere sentadita ahí.

Al ratito nos dijo: —Pasen.

Empezamos a subir la escalera y me di cuenta que Purri Purri se estaba haciendo la manclenquita. Al llegar arriba, una muchacha nos dijo:

—Siéntense aquí,  que esta es la colita. Un puesto por medio.

Al ratico, la muchacha se me acercó y me dijo:

—¿Usted viene con ella?

—Sí, le respondí.

—Aproveche y vacúnese, ya que está aquí.

—Que pa’ luego es tarde, le dije.

Claro, me vio cara de viejo y desnutrido, y pensaría que mejor me hacían el favor de vacunarme antes de que cayera por ahí.

La colita avanzaba rápido, y la doctora que iba pasando, en ese momento, me preguntó:

—¿Usted se va a vacunar?

—Sí, le dije. Con voz más firme que la del Libertador.

Nos registramos y pasamos al cuarto donde estaban vacunando y ahí mismo nos pusieron la Sputnik.

La vaina fue rápido y salimos vacunados.

Nos regresamos piano piano.

Menos mal que no me puse a hablar mal gobierno. Aunque nunca faltan motivos.