ESTIMADA CONSTANZA

A última hora de la tarde, cuando ya el sol se volvía macilento,  empezó a caer una lluvia de verano; yo caminaba sin que nada me interesara en absoluto, así iba por ahí. Nada me preocupaba ni nada confinaba mi pensamiento, ni nada pretendía mi atención, porque solo estaba pendiente del susurro de los latidos de tu corazón más allá, a lo lejos, cerca de la espuma de un mar ya olvidado.

Ya mojado volví en dirección a la vida, sin saber qué hacer. Lo que en verdad quería era volver a tus brazos y al olor de tu cuerpo ausente. Seguí mi camino para ver dónde terminaba éste; pero por alguna razón, que no sé, todos los caminos tristes terminan llorando en la orilla de algún mar.

Vivir la vida sin vos; así, la vida es un tropezar con el vacío sin el destino de tu boca. Tal vez era esa azul desdicha la que me hacía pensar semejante cosa. Dejar mis besos en tus besos, quería. Liberar tantas caricias entre tus cabellos, quería. Pero cuando llegué a aquella esquina en que vos vivías, supe que el barco de tu amor ya había zarpado sin que yo estuviese en ese puerto. Mi viaje tocó a su fin, ahí lo supe.

De pronto, parpadeaba como si estuviera a punto de llorar, como si en el horizonte avecinase una tormenta de lágrimas.

Estimada Constanza, alguien, que me vio tan desamparado en aquella esquina, me preguntó si necesitaba ayuda. Solo pude decirle tu nombre, y al decir tu nombre no pude comprender la distancia de esta lejanía; solo supe del silencio de las próximas mañanas. ¿Qué buscaba? Me pregunté a mí mismo. Tal vez, un manojo de tu última sonrisa para aferrarme a esta tierra, que me permita escarbar en la imaginación de los amantes para aprender a navegar por estas calles, extraviado, sin tu amor.

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