THE UNIMAGINABLE

One does not imagine that while Immanuel Kant was writing the «Critique of Pure Reason» the woman suddenly told him:

—Look Manuel, go look for the CLAP bag that they already told you they’re delivering.

It’s hard to imagine something like that.

Or to Hegel that while he was racking his brains looking for the most regal arguments to write the «Phenomenology of the spirit» the woman called him and said:

—Georg, look there’s no bread flour to make the arepas for dinner, go before the Chinese close.

It’s not possible.

It is said that Jules Verne abandoned the woman because between her complaints and the boy’s crying she could not write. Rousseau, who had about half a dozen boys, when his wife died she went to a hospice and left the sutes there, but she never saw them again. Auguste Rodin knew how the house was, if he was upside down or not, the only thing that interested him was sculpture and nothing else.

Of course, this pod is not only in the macho, patriarchal and short-legged discourse. Women have their thing too.

Who, tell me, can imagine that while Simone de Beauvoir was writing «The Second Sex» Sartre’s one-eyed man came to tell her:

—My little beaver, the water is coming, we have to wash the clothes. Here’s the soap.

Neither pod.

To Virginia Woolf, who committed suicide, I don’t think her husband ever said to her:

—Look Virginia, you can make me some arepas al budare.

Those are unimaginable things.

No wonder Marie Curie was going to be sent by her husband to go to the market to buy some pig’s feet to make some beans, and incidentally he’ll ask how the onions and carrots were. These people were dedicated to more interesting things, and not to these infamous trifles.

That which the aforementioned de Beauvoir called immanent work, which is nothing more than unproductive, smelly work that no one cares about or gives a damn about, which is domestic work or the work that the house slave does is incompatible with work and intellectual intentions, be these in the sciences or in the arts.

I have not seen on social networks that someone takes a selfie in the dishwasher with the freshly washed dishes, or takes it next to the sink even though it is as clean as a sun, or while doing the laundry. People take fucking selfies while at a party, at work, in a restaurant, while traveling. But never while doing housework. Work that no one appreciates.

No one is enraptured contemplating how clean the sheets were while they flutter in the wind; or you are amazed at how the fridge looks after you have cleaned it. No, nobody does that shit.

One is born and grows, because let’s be honest, weeds grow. In this process one sees as something natural that there is someone of the female sex who spends every fucking day making food, cleaning the floor, doing the laundry, who is waiting to clean the sinks in case there are several; that is, that she breaks down all day long losing her time and her life in those miserable tasks. But, the most interesting thing is that you look at all that work, over the years, as you look at the pot that has been in the patio since the beginning of time. Let’s say, as something natural and that it has always been that way, and also that it will continue to be that way forever.

No one gives thanks or thanks to that being that makes all those pods, not even on the hypocritical Mother’s Day where everyone has the best mother in the world. On the contrary, if one hires a person to sweep and mop the floor, in addition to paying him, he is grateful and even publishes the photos of how that person left the house clean. It doesn’t happen that way, with that being who «naturally» spends his life doing the same thing, without anyone noticing.

Domestic work or housework also creates clinical pathologies, from which psychiatrists, psychologists, psychoanalysts, and now those of the blessed coaching live. Some time ago an acquaintance told me:

—We are not used to having dirty clothes at home, because mom washed every day.

I almost did not commit one of those recklessness that can cost one’s life, because I was about to tell her that maybe her mother was paranoid or who knows what psychopathology she would suffer from. Because vile domestic work creates pathologies, creates compulsions, creates bulk frustrations, which undermine the personality and psyche of those who are dedicated to it. Thank God, there is divorce.

So when we hear someone extolling domestic work, one can be sure that what is there is a rampant pathology, a derangement and contained repressions that one day will surface and that the most asshole will pay the piper. Because ladies and gentlemen, domestic work is contrary to any human project. In the Bible, God was an asshole when he cursed women with childbirth pains, because she has had to suck for centuries after century that sheath of being a house slave, that is, of having been domesticated to being a human being null.

LO INIMAGINABLE

Uno no se imagina que mientras Inmanuel Kant estaba escribiendo la «Crítica de la razón pura» la mujer de pronto le dijera:

—Mirá Manuel, anda a buscar la bolsa CLAP que ya avisaron que la están entregando.

Es difícil imaginarse algo así.

O a Hegel que mientras se devanaba los sesos buscando los argumentos más regios para redactar la «Fenomenología del espíritu» la mujer lo llamara y le dijera:

—Georg, mirá que no hay Harina Pan para hacer las arepas de la cena, anda antes que los chinos cierren.

No es posible.

Se dice que Julio Verne abandonó a la mujer porque entre las quejas de ésta y la lloradera del muchacho no podía escribir. El  Rousseau, que tenía como media docena de muchachos, cuando la mujer se le murió se fue a un hospicio y ahí dejó a los sutes, más nunca los volvió a ver. Auguste Rodin le sabía a verga cómo estaba la casa, si estaba patas pa’arriba o no, lo único que le interesaba era la escultura y más nada.

Claro, que esta vaina no se queda solo en el discurso machista, patriarcal y patas cortas. Las mujeres también tienen lo suyo.

Quién, díganme ustedes, puede imaginar que mientras la Simone de Beauvoir  escribía «El segundo sexo» viniese el tuertico de Sartre a decirle:

—Mi pequeño castor, está llegando el agua hay que lavar la ropa. Aquí está el jabón.

Ni de vaina.

A la Virginia Woolf, que se suicido, no creo que el marido le haya dicho alguna tarde:

—Mirá Virginia, me podés montar unas arepas al budare.

Esas son cosas inimaginables.

Ni de vaina que a la Marie Curie la iba a mandar el marido a que fuera al mercado a que comprara unas paticas de cochino para hacer unas caraotas, y de paso que preguntará a cómo estaban las cebollas y las zanahorias. Esta gente estaba dedicada a cosas más interesantes, y no a esas infames menudencias.

Eso que la ya mentada de Beauvoir llamaba trabajo inmanente, que no es otra cosa que el trabajo improductivo, maloliente y al cual nadie le interesa ni le para bolas, que es el trabajo de domestico o el trabajo que hace la esclava de casa es incompatible con el trabajo y las intenciones intelectuales, sean éstas en las ciencias o en las artes.

Yo no he visto en las redes sociales que alguien se haga una selfie en el lavaplatos con los platos recién lavados, o se la haga junto a la poceta aunque ésta haya quedado tan limpia como un sol, o mientras está lavando la ropa. La gente se hace las putas selfies mientras está en una fiesta, en el trabajo, en un restaurante, durante un viaje. Pero nunca mientras está haciendo el trabajo doméstico. Trabajo que nadie agradece.

Nadie se queda arrobado contemplando cómo quedaron de limpias las sábanas mientras éstas ondean al viento; o se queda maravillado de cómo se ve la nevera después de haberla limpiado. No, nadie hace esa vaina.

Uno nace y crece, porque seamos sinceros la mala hierba crece. En ese proceso uno ve como algo natural que hay alguien del sexo femenino que todos los putos días se la pasa haciendo comida, limpiando el piso, lavando la ropa, que está pendiente de limpiar las pocetas en caso que haya varias; esto es, que se desloma todo el santo día perdiendo su tiempo y su vida en esos miserables menesteres. Pero, lo más interesante es que todo ese trabajo uno lo mira, a lo largo de los años, como mira la maceta que está en el patio desde el inicio de los tiempos. Digamos, como algo natural y que siempre ha sido así, y además que así seguirá siendo por siempre.

Nadie da las gracias o le agradece a ese ser que hace todas esas vainas, ni en el hipócrita día de las madres donde todo el mundo tiene a la mejor madre del mundo. Por el contrario, si uno contrata a una persona para que barra y le pase lampazo al piso, además que le paga, le queda agradecido y hasta publica las fotos de cómo esa persona dejó limpia la casa. No sucede así, con ese ser que de “forma natural” se pasa la vida haciendo eso mismo, sin que nadie lo note.

El trabajo domestico o de esclava de casa crea, además, patologías clínicas, de las cuales viven los psiquiatras, los psicólogos, los psicoanalistas, y ahora los del bendito coaching. Hace tiempo atrás una conocida me decía:

—Nosotras no estamos acostumbradas a tener ropa sucia en casa, porque mamá lavaba todos los días.

Yo por poco no cometí una de esas imprudencias que le pueden constar la vida a uno, porque estuve a punto de decirle que a lo mejor su mamá era una paranoica o quién sabe qué psicopatología sufriría. Porque el vil trabajo domestico crea patologías, crea compulsiones, crea frustraciones a granel, que van minando la personalidad y la psique de quien está dedicado a eso. Gracias a Dios, existe el divorcio.

Así que cuando oigamos a alguien exaltando el trabajo domestico uno puede estar seguro que lo que ahí hay es una patología galopante, un desquiciamiento y unas represiones contenidas que algún día saldrán a flote y que el más pendejo pagara los platos rotos. Porque señoras y señores el trabajo domestico es contrario a todo proyecto humano. En la Biblia, Dios se quedó pendejo cuando maldijo a la mujer con eso de los dolores de parto, porque a ésta le ha tocado mamarse siglos tras siglo esa vaina de ser esclava de casa, es decir, de haber sido domesticada a ser un ser nulo.

EL AUDITORIO

Cómo llegamos a estar y a salir de ese auditorio, no recuerdo. La bruma del tiempo y la lejanía me hace perder el entendimiento. Lo que recuerdo es que ya estábamos ahí, así como en los sueños que sabemos que estamos soñando cuando ya estamos en el sueño y nunca sabemos cuando salimos del mismo. Asimismo me pasa con lo del auditorio.

De quién fue la idea de tomar ese auditorio creo que fue de Lenin Cardozo, no se me ocurre más nadie y no estoy seguro. Lo cierto es que ahí convivimos un rato, entre los que estuvimos en ese samplegorio fuimos Funche, Chepel, Lenin, el dilecto amigo Eladio Oduber, John Skinner, Norman Prieto, el gordo José Antonio, la muchacha que estaba empatada con Lenin y quien escribe estas vainas; y otros muchos más que ya iremos mentando.

Había en el auditorio un piano de cola larga “Steinway & Sons” en el cual se deleitaba Eladio Oduber tocando y cantando con Nicanor Cifuentes “blue….”, de no sé qué. Fue en ese tiempo que Eladio, porque fue Eladio, quien le cambió el nombre a José Pérez y a Rafael Guedez, al primero lo nombró primero Chepérez pero luego lo contrajo hasta que quedó Chepel; al Rafa le empezó diciendo Rafunche hasta que quedó Funche. 

Ahí se hicieron representaciones teatrales, por eso se pasaban por esos lares Nicanor Cifuentes, ya nombrado, el poeta Javier Abreu (a quien siempre extrañaremos), Leonardo Atencio; Alvarito Barros y su compañera, el hermano de Alvarito de quien ahora no recuerdo el nombre, eran dos hermanos y una muchacha; el viejo Jhonny Salcedo, que yo no sé quien contó o fue el mismo: que se la pasaba con una arepa en el bolsillo del pantalón a la espera de que apareciera algo con que rellenarla. No sé si esa vaina era verdad, pero yo siempre la he tenido por cierta.

Eran tiempo de mortadela, pan y malta. Además, de muchas conversas y risas.

Conocimos en ese tiempo al amigo Juancho Domínguez y a Titina. Porque Juancho, con su saxo tenor, acompañaba a Eladio y a Nicanor en los blues. 

Reculaban por aquel auditorio Wilmer Marcano, Leida Andara, Freddy Maya (que se nos fue tan antes), Carlitos Oduber, Isabelita; también se asomaban por esos lados Luis Zozaya, Marcos Viña (que se nos fueron muy jóvenes) Enrique Colina, Carlitos Valera, Juanita Colina, Gerardo Chacón, Leo Monsalve, Glensy Sánchez, el pana Alex Abreu y no sé cuántos más.

Era un gentío que se acercaba a conversar, a ver qué estábamos haciendo y qué pasaba ahí dentro. Gente de sociología, de derecho, arquitectura, ingeniería, arte, medicina, agronomía, cuanto bicho de uña había aparecía por esos pagos. Conversábamos de todo: arte, teatro, política, cine, arquitectura, música, sociología, de fotografía, de cualquier cantidad de vainas que se nos ocurría. Tema de conversa no faltaba.

En ese entonces, leíamos a Cortázar, Benedetti, Nicolás Guillen, Ernesto Cardenal, a García Márquez que por esos años le dieron el Nobel, a Neruda, por supuesto. Siempre había alguien que se aparecía con alguna novedad que estaba leyendo.

De todo esto creo que no quedó ni una fotografía. Las que muestro son de algunos de los mentados y son unos pocos. Si pueden agregar la de cada uno en esos tiempos.

Como había músicos se hicieron también algunos toques y recitales. Ahí cantó para nuestro deleite Yolandita.

Haciendo política se acercaban Raúl Antequera, William Martorelli y algún que otros de la Liga Socialista o del CLP (Comité de Luchas Populares, vaya a la verga) gente del PRV y de otros grupos políticos que ya hace rato desaparecieron y que no recuerdo.

Por esas amistades, como decía Serrat, creo que muchos no se acercaban porque pensaban que éramos unos comunistas y de ultra izquierda. Pero la verdad es que éramos unos veinteañeros desvergonzados, escépticos y cínicos.

DEAR CONSTANCE

I sighed in your room before and after surrendering to the delicate perfume of your body; before I start thinking and resigning myself to I don’t know what. Sorry for the sadness. Condemned to an ungrateful present of not suffering what I have suffered, wanting to decide on your rights or breasts of love while I live dejected in a sea of ​​doubts without shores.

For every kiss that I haggled you a thousand sweets you gave me without haste. And I have never been fond of masses, for not standing still or planted. Not even an altar boy had arrived. Sleeping the dream in your bed never seemed excessive to me, and I never gave up looking for your open lips. They say that there are kisses of those that then take away, I don’t know. And I kissed you slowly.

If when you want to cry you cry and the same if you want to love, but why when I want to love you I don’t love. Only you that I have loved. That my body and soul aches from loving you, if I carry you inside me. Put your forehead on my forehead and your hand in my hand, and if you want, make me the oaths that we will break tomorrow. And so we will cry until dawn.

I don’t know why I write to you, if I almost despair in this wait. I’m retracing my steps without seeing you or having you in this sunless sunset. Whoever hasn’t kissed a woman’s scraped knee is that he hasn’t loved, you told me, while I was on my knees kissing your knee in that open-air cafe.

Dear Constanza, who will listen to my confession: that I love you because I only love you, and from loving you to not loving you I have never arrived. I almost despair of waiting for you and without my heart I live in the fire. I love you only because I loved you without end and loving you I beg you my traveling love. Not seeing you and loving you consume me, without this February moon. That you have stolen peace from my heart. And as the poet said, “in this story only I die and I will die of love because I love you”.

ESTIMADA CONSTANZA

Suspiraba en tu cuarto antes y después de entregarme al delicado perfume de tu cuerpo; antes de empezar a pensar y a resignarme a no sé qué. Perdón por la tristeza. Condenado a un ingrato presente de no padecer lo que he padecido, queriendo decidir sobre tus derechos o pechos de amor mientras vivo abatido en un mar de dudas sin orillas.

Por cada beso que a vos te regateaba mil dulzuras me dabas sin prisas. Y a las misas nunca he sido aficionado, por no estarme ni quieto ni plantado. Ni ha monaguillo hube llegado. Dormir el sueño en tu cama nunca me pareció excesivo, y nunca renuncié a buscar tus labios abiertos. Dicen que hay besos de esos que luego te quitan, no sé. Y yo que te besaba sin prisas.

Si cuando uno quiere llorar llora y lo mismo si quiere amar, pero por qué cuando quiero amarte no amo. Solo a vos que te he querido. Que me duele el cuerpo y el alma de quererte, si dentro de mí te llevo. Poné tu frente sobre mi frente y tu mano en mi mano, y si querés hazme los juramentos que romperemos  mañana. Y así lloraremos hasta que amanezca.

No sé por qué te escribo, si casi desespero en esta espera. Ando desandando sin verte ni tenerte en este atardecer sin sol. Quien no ha besado la rodilla raspada de una mujer es que no ha amado, me dijiste, mientras yo de rodillas besaba tu rodilla en aquel café al aire libre.

Estimada Constanza, quién escuchará mi confesión: de que te quiero porque solo a vos te quiero, y de quererte a no quererte nunca he llegado. De esperarte casi desespero y sin mi corazón vivo entre el fuego. Te quiero solo porque a vos te quise sin fin y amándote te ruego mi amor viajero. De no verte y amarte me consumo, sin esta luna de febrero. Que de mi corazón has robado el sosiego. Y como decía el poeta, “en esta historia solo yo muero y moriré de amor porque te quiero”.

LAS MIERDADAS

Las mierdadas de los viejos siempre se justifican con: “Es la edad”.

¿Es esto cierto? No creo y estoy convencido que no es la edad lo que influye en esas mierdadas.

La edad afecta, es cierto, porque hay una pérdida de las capacidades físicas y mentales, y más que pérdidas, en verdad, son disminuciones de dichas capacidades.

Si un viejo no ha sufrido un accidente cerebro vascular grave, lo más probable es que su carácter y su personalidad se mantengan en el tiempo de su ancianidad.

Pero hay algo que no se considera en el viejo cuando éste sale con sus mierdadas, y no la consideramos porque, por lo general, no conocemos su historia personal, su narración. No conocemos su carácter real, su trayectoria en la vida, su forma de ser. Y esto lo obviamos y lo achacamos a la edad, como si la edad fuese la causa de lo que dice y hace ahora que es viejo. No es así.

Muchas de las cosas que el viejo hace y dice ya las venía haciendo y diciendo en el transcurso de su vida.

Lo que pasa es que cuando una persona envejece se pone en él una atención extra por su condición de viejo; atención que no se le prestaba antes, porque era una persona con capacidad física para bastarse por sí mismo. Y aquí es donde viene el asunto.

El carácter y los comentarios que hace el viejo, y hablo de un viejo sin daños cerebrales graves, tienen continuidad en el tiempo. Lo que dijo ayer, lo dice hoy y los dirá mañana; el carácter de hoy es el mismo de ayer y el de mañana. Eso no cambia si no ha sufrido ningún daño cerebral grave.

Por eso cuando un viejo sale con unas mierdadas no se la podemos atribuir a la edad, sino a su forma personal de ser. El es así y siempre lo ha sido. Justificar todo por la edad es un engaño o una falsa excusa, para no decir las cosas en su verdad. El viejo es así, ese es su carácter y esa es su personalidad.

En eso no cambia. Si el viejo es manipulador es porque toda su vida lo ha sido; si es tóxico es porque toda su vida lo ha sido; si es inquieto es porque así ha sido. La edad no influye en eso.

 Lo que sucede es que cuando es viejo le ponemos atención o más atención, y es ahí cuando nos damos cuenta de una serie de cosas que antes no habíamos visto. Y entonces, decimos: “Es por la edad”. Pero, no es así.

Hay que tener cuidado con confundir asuntos de la edad con asuntos del carácter y la personalidad de la persona. Que un viejo ya no puede cargar un saco de cemento o tenga cierta falta de atención o de descuido es algo propio de la edad. Pero que salga con unos comentarios de mierda es asunto de su personalidad y de su carácter. Esto es lo que no podemos achacar a la edad.

Podemos comprender y aceptar lo que por ancianidad es propio del viejo, pero no lo que es por su carácter y personalidad. Incluso, en muchos casos, el viejo se escuda y aprovecha de la edad para decir cosas que son o corresponden a su carácter y personalidad.

Esto del carácter y la personalidad se dan para todas las edades. Se hace hincapié en los viejos porque hemos asumido una opinión errada con respecto a la relación carácter-edad, donde atribuimos todos sus comportamientos a la sola causa de la edad, y obviamos lo demás.

INAUGURACIONES DE ARTE

Hablando con mi querido amigo Alfredo Borjas, el Ferrini, me comentaba que había ido a la inauguración de una exposición donde le habían aceptado un cuadro; y que cuando le dieron la primera guarapita en el sarao inaugural se acordó de que:

Yo (el burro por delante), el Chepel, el Funche, el gordo José Antonio y no recuerdo quien carajo más, nos pasábamos yendo a todas las inauguraciones de exposiciones de arte, fuese en galerías de arte o en museos; esto último no era trascendente.

Se acordó, que íbamos a esas inauguraciones a comer y a beber. Cosa que no podemos negar, ni en presencia de nuestro abogado. Ese era nuestro primer propósito, el segundo el arte. Es que el hambre era mucha en aquellos días. En ese entonces éramos unos veinteañeros, teníamos hambre pareja, estábamos estudiando e íbamos a esas inauguraciones de arte. Todo lo cual junto no era una contradicción.

Que íbamos a comer y beber es una verdad innegable, como negarlo. Íbamos a esas exposiciones a matar el hambre un rato, un rato nada más. Pero, eso sí, nadie nos podía joder y criticar, porque todos sabíamos de arte y teníamos conversa suficiente como para marear al más pintao.

Comíamos y bebíamos como unos posesos, sin que nos temblara el pulso ni el orgullo; total a eso íbamos. Conversábamos largo rato sobre las obras expuestas y sobre el arte en general. En las dos éramos buenos.

No nos importaba lo que sirvieran en la inauguración, igual nosotros nos lo comíamos y nos lo bebíamos. Era una razón de ser.

En esas inauguraciones conocimos muchos artistas, de los cuales nos hicimos amigos. Supongo, que por ese entonces todo el mundo sabía que íbamos a eso, a comer.

No hay fotos de nosotros en esas lides. Porque eran tiempos donde las cámaras fotográficas no abundaban y quien tomaba fotos cuidaba con esmero el  rollo de película que tenía.

Una verdadera lástima que no haya constancia gráfica de eso.

DEAR CONSTANCE

She was before you without knowing where to start loving you. If by your lips, if by your eyes, if by your hands or if by your soul. When we met I felt like I was in the middle of a passenger terminal, prey to anguish and the feeling that I could love you in multiple ways: just like someone who can travel to both Pericantar and Berlin, Turmero and Marsella, Altagracia de Orituco as to Constantinople.

I was in that unfortunate situation of having no situation: no job, no family, no ties of any kind. What they call being free. But, when I found you, I wanted to be the one who was only you. Overwhelmed by that feeling of the multitude of the possible, was added the inner feeling that he could, if he wanted, love you today, tomorrow and the day after. I could and wanted to have a travel ticket to your heart, without reason or direction. That they were worth nothing.

You left me free to love you, as I wanted. And so this feeling of anguish was born, which is at the same time a feeling of intoxication. The anguish of loving you and being loved in the multiplicity of terms proposed to our love. Drunkenness, before the power of deploying a new way of loving, running the risk of compromising and losing ourselves with the use of this love. It was a vertigo that seized me before that multitude of your possible loves that you were.

Dear Constanza, we do not speak, and we never did, of normal loves; because it was not necessary, nor was it possible to even think about it, much less feel them. While I sighed in your room for your love rights, you spoke to me through your blooming skin. Me hearing on your chest every pulse of your love with this cross of anguish and drunkenness, and you whispering tender words soaked in red wine.

ESTIMADA CONSTANZA

Me encontraba ante vos sin saber por dónde comenzar a amarte. Si por tus labios, si por tus ojos, si por tus manos o si por tu alma. Cuando nos encontramos  me sentí como en medio de un terminal de pasajeros, presa de la angustia y del sentimiento de que podía quererte de múltiples maneras: así como quien puede viajar tanto a Pericantar como a Berlín, a Turmero como a Marsella, a Altagracia de Orituco como a Constantinopla.

Me encontraba en esa situación desgraciada de no tener situación: ni trabajo, ni familia, ni atadura de ninguna clase. Eso que llaman ser libre. Pero, al encontrarte quise ser el que solo a ti era. Embargado por ese sentimiento de la multitud de lo posible, se añadía el sentir interno de que podía, si quería, amarte hoy, mañana y pasado también. Podía y quería tener un boleto de viaje hacia tu corazón, sin razón ni dirección. Que de nada valían.

Me dejaste libre de amarte, como quisiera. Y así nació este sentimiento de angustia, que es al mismo tiempo un sentimiento de embriaguez. Angustia de amarte y ser amado en la multiplicidad de los términos propuestos a nuestro amor. Embriaguez, ante la potencia de desplegar una nueva forma de amar  corriendo el riesgo de comprometernos y perdernos con el uso de este amor. Era un vértigo que se apoderaba de mí ante esa multitud de tus amores posibles que vos eras.

Estimada Constanza, no hablamos, y nunca lo hicimos, de amores normales; porque no hacía falta, ni era posible ni pensarlo y menos sentirlos. Mientras suspiraba en tu cuarto por tus derechos de amor, vos me hablabas a través de tu piel en flor. Yo oyendo sobre tu pecho cada pulso de tu amor con esta cruz de angustia y embriaguez, y vos susurrando palabras tiernas remojadas en vino tinto.

DEAR CONSTANCE

You were already inside my heart and I in yours, when you found out, I don’t know how, that when the poet Javier Abreu told me:

—It’s just that it’s very fucked up to be faithful to two.

I came and told him:

—Three more.

I don’t know how you found out. But you know, because I swore to you, that you were always the first.

—¡But not the last! You yelled at me once.

—You always lie, you said, even if you swear to God.

However, I swear to you that you were my whole life and even that half life that was what I really had. I loved you so much and every time.

You told me that any day I would cheat on you and change you for anyone. And you didn’t even ask me if I loved you, and without you asking me I told you that I only loved you.

—And others, you whispered to me.

—I am sorry and delighted to have met you, you told me.

While you kissed me softly between the sheets. That you would keep me slapped and deny me even the holy sacrament, because I didn’t even wear pajamas.

You who have kissed me so much and taught me to love, you told me that.

I confess that your kisses taste better than any. And that your tongue tastes of sin.

That the lovers who last, I don’t know why, are the most miserable. Only loves survive, but not kisses, which have been torn apart and failed. I loved you and I love you more than a cupcake at noon. But how could he leave the temptation if he was a sinner.

You left and I was nothing more than a wretch, of what I had left of life. On a long road without light, I stayed. The caresses that I am giving corrode me. And when I sleep without you, which are all these days, I dream of you.

—And with all the others, you reproached me on a June evening.

It was by your side where I wanted to love. Since you left I’ve been retracing my steps like a dog without an owner.

Dear Constanza, I am lost without your hands picking me up in the warmth of your belly. Your beauty is not a forgotten memory but an open road, because «memory is always at the orders of the heart,» Rivarol said. I shouldn’t tell you, and yet I tell you; that when midnight comes the moonlight I miss you and howl with love, because it is with others and not with you that I share that sad midnight moon.